Seguramente hacia finales del verano, el recuento de muertos será cercano a 1,000,000. Sin duda, los infectados se contarán por decenas de millones. Y al menos por el resto del año llegar a “La Nueva Normalidad” seguirá siendo una especie de fantasía surrealista. Tipo Esperando a Godot o una Coca Cola de dieta.
Si algo debiera dejarnos claro el surgimiento de un nuevo virus oficialmente bautizado como SARS-Cov-2 y sus consecuencias a través de la enfermedad conocida como COVID-19 son dos cosas:
- La evidencia de nuestra fragilidad como seres humanos. Luego de las sacudidas naturales al comienzo de un nuevo milenio, en medio de una nueva gran revolución tecnológica y científica, cuando la conversación sobre la extensión de la expectativa de vida en algunos países por arriba de los 100 años comienza a ser más que ciencia-ficción, la pandemia vino a ponernos a todos en nuestro lugar.
- Por encima del “yo”, de manera natural está el “nosotros”. Los grandes temas no son individuales, sino colectivos. No son nacionales, sino globales. En un momento histórico en que la desigualdad económica es más grande que nunca, frente a una civilización en la que dinero y placer parecen ser los valores supremos, el surgimiento de una enfermedad con una tasa de contagio relativamente baja y que, sin embargo, pudo alcanzar una escala mundial en tres o cuatro meses, debería ser un mensaje suficientemente claro: lo que nos divide no son las razas, ni las ideologías, la riqueza o, siquiera, la educación. En este como en otros grandes temas, vamos todos juntos, sino como planeta, sí como especie.
A pesar de que numerosos “expertos” y más de un presidente de peluquín anaranjado aseguraron a principios de febrero que debido al calor propio de la temporada, para estas fechas habríamos ganado la batalla ante el virus, con grandes trazos es posible decir que el verano del 20-20 comenzó con el siguiente panorama:
- Cerca de 10,000 muertos diarios durante las primeras semanas, seguidos por alrededor de 7,000 cada día, aunque con un registro de nuevas infecciones varias decenas de veces más alto.
- La mayoría de los gobiernos del mundo ya han aceptado que sus cifras reales de personas que han sido infectadas son significativamente mayores al de las registradas.
- El epicentro de la pandemia se desplazó de Europa al continente americano. Y aunque parezca sorprendente, ni en China, ni en la India –los dos países más poblados del orbe–, y tampoco África o el sur de Asia, el repunte de la pandemia ha sido particularmente alto, todavía.
- Estados Unidos, Brasil, México y Reino Unido concentran casi la mitad de las personas que han muerto a causa de esta nueva enfermedad.
- Desde la perspectiva de los diferentes gobiernos, el peor escenario no ha sucedido. Esto es, la saturación de los sistemas hospitalarios para enfermos que necesitan equipo y atención médica especializada para poder respirar. Salvo en casos más o menos excepcionales –como en Ecuador o algunas regiones de Italia durante algunas semanas–, efectivamente la nueva enfermedad no ha desbordado los sistemas de salud públicos y/o privados en la mayoría de los países.Entre otras de las razones debido a que un número importante de enfermos mueren en sus casas, sin haber acudido a algún hospital.
- Aunque en sentido estricto se podría decir que la COVID-19 no mata –la gran mayoría de las muertes ocurren por complicaciones de otros males relacionados, como la obesidad, hipertensión y diabetes—, en las últimas semanas ha comenzado a construirse un consenso entre los especialistas clínicos en torno a un reducido número de medicamentos que sí han dado resultados positivos en una cantidad importante de pacientes. Oficialmente no se trata de una cura como tal, pero las señales son positivas.
- Algo similar ocurre con el tema de las vacunas.Se han desarrollado varias versiones previas a una vacuna formal, y de acuerdo con sus diferentes promotores, el avance ha sido inusualmente rápido. Sin embargo, parece aventurado suponer que “a finales del verano”, pueda haberse desarrollado una versión que pueda ser aplicada masivamente a varios miles de millones de personas alrededor del mundo. Muy probablemente seguirá siendo tema para el 2021 y quizá para después. En todo caso, es también un tema de negocios, de cientos de miles de millones de dólares en ganancias para la versión final de la vacuna que sea oficialmente aprobada para su distribución global.
Un poco en paralelo a la discusión universal sobre temas como las pruebas-diagnóstico y la utilidad del uso de cubrebocas –casi siempre con alta carga de politización en todos lados–, salvo en China, Corea del Sur y parte de Europa donde el tema de las curvas de infección sí parece haber seguido un patrón en forma de “V invertida” (rápido crecimiento de casos, un pico máximo y una caída más o menos vertical), en otras regiones y países, la figura estadística más común ha sido la de una especie de “meseta” (con crecimiento veloz de las infecciones, un primer pico seguido de una especie de estancamiento, normalmente asociado con el relajamiento de la disciplina de aislamiento social).
También en más o menos todos los países afectados, la conversación pública sobre el tema se ha ido desplazando, de un asunto estrictamente de emergencia médica que obligaba a forzar auto aislamiento preventivo en sociedades completas, a la necesidad de reactivar las distintas economías nacionales.
Generalmente planteado de manera binaria –enfermedad o dinero; aislamiento o comida–, el tema del “regreso” e incluso la definición misma de lo que se quiere decir por “nueva normalidad”, suelen omitir otro par de puntos básicos:
- Los ganadores y los perdedores de la pandemia.Bastaría con imaginar cómo hubiéramos vivido una enfermedad como la COVID-19 antes del amplio acceso al internet, para que sea obvio el peso que tienen, y tendrán, las comunicaciones digitales en el desplazamiento gran parte de la actividad económica en un centenar de países de desarrollo alto o medio.
Simplificando un poco: gracias a la tecnología, la economía de cuello blanco cuenta con las herramientas necesarias para la construcción de una cultura laboral no presencial, que puede ser incluso más productiva. Y si a esa ecuación se añade el factor de la robotización en el sector industrial, las posibilidades de un nuevo orden productivo parecen bastante obvias.
En sectores como el financiero, el de la salud y la educación en todos sus niveles, esto debería ser una verdad de Perogrullo. Aunque, es cierto que el cambio implica el desafío de añejas estructuras mentales y un proceso de reconversión estructural importante. Junto al fortalecimiento de la conectividad, algunas herramientas digitales como la Realidad Virtual, Realidad Aumentada, saldrán del supuesto mundo marginal de los videojuegos para ocupar un lugar central en estas actividades.
- Las causas y los efectos. Sin que necesariamente implique adoptar nuevos paradigmas en cuanto al tipo de vida que tenemos y que queremos tener, pareciera que lo que nos ha tocado conocer durante este 20-20 fortalece una narrativa según la cual el modelo depredador del medio ambiente es, de alguna manera, una de las causas del porqué un virus que se podía encontrar dentro de algunos animales más o menos exóticos (tipo el pangolín), terminan evolucionando de tal forma que pudieron entrar a las células del sistema respiratorio de algunas personas y, desde ahí, terminarán por contagiar a poco más de 5,000 millones de seres humanos.
Por supuesto que, de comprobarse esta hipótesis de “sentido común” provocaría
grandes cambios en nuestra vida cotidiana y la propia definición del futuro que queremos. Por no hablar de los enormes intereses económicos y políticos que esta línea de razonamiento afectaría.
Finalmente, aún desde la perspectiva de lo que algunos especialistas llaman “la primera parte del inicio de esta historia”, me atrevo a elaborar el siguiente pronóstico: Esta pandemia no será peor que la Spanish Flu de hace poco más de 100 años, pues aquella crisis costó un estimado de entre 30 y 50 millones de vidas humanas.
Optimista endémico quiero pensar que, a pesar de todo, como humanidad hemos avanzado durante el último siglo. Sobre todo, en el acceso al conocimiento.
Más allá de las características científicas propias de cada microrganismo (ambos del tipo coronavirus), la gran diferencia entre lo que provocó el Spanish Flu y lo que puede ocasionar el COVID-19 parece muy simple: esta vez, buena parte del mundo (poco más del 80 por ciento) tiene acceso al agua potable y servicios de higiene básicos. Y aunque necesitemos amplias campañas publicitarias para recordárnoslo, ahora estamos consientes de la importancia del lavado de manos, mientras que entonces, como tratamiento de cura se usaban (todavía) los sangrados y la aspirina en dosis masivas.