Comenzó como un hecho de gran trascendencia global en la lucha contra crimen organizado. La (re)captura del delincuente más buscado en el mundo. El presunto responsable de “miles y miles de muertes”. El principal narcotraficante del planeta. Según la revista Forbes, uno de los hombres más ricos del mundo. “Misión cumplida” proclamó el Presidente de la República al hacer el anuncio, por twitter.
Así comenzó. Pero en cuestión de horas, como hongos surgieron las voces de que el espectacular arresto era una “cortina de humo” para esconder la tragedia en la caída de la paridad del peso contra el dólar, el desplome de los precios del petróleo y el inicio de un nuevo ciclo económico, ooootro más, de vacas flacas para la gran parte de la población.
Y entonces, el circo comenzó. Primero con el texto en Rolling Stones donde el actor Sean Penn cuenta de su encuentro, de un par de meses antes, con El Chapo en algún lugar de la “jungla” mexicana, logrado por el encanto de su amiga la actriz, vendedora de tequila y productora de cine, Kate del Castillo. Siempre con el objetivo central de amarrar el copyright de los derechos de la película sobre la vida y obra del capo.
Y luego, con el Chapo ya de regreso a Almoloya, por envidia malicia o tontería, el propio gobierno entró al juego con sus filtraciones “periodísticas” sobre los detalles más banales sobre el coqueteo digital –vía black berry–, entre el narco que quería ser productor de Hollywood y la actriz que quería hacer negocios con los carteles.
Así, lo que comenzó como un gran drama, terminó en una triste comedia.
