En el cine y los libros, Washington D.C. es un universo en el que la seguridad nacional está en juego al cruce de cada calle. Es un centro de poder mundial en el que en cada mesa de restaurante de planean complots internacionales y cada persona que usa lentes obscuros podría ser un peligroso espía.
En el mundo real, sobre todo durante el verano, La Capital es una especie de horno, pero un horno verde, hermosos jardines, extraordinarios museos y multitudes de familias y turistas, disfrutando los monumentos imperiales que honran a los Padres Fundadores y los grandes personajes de la historia de este país.
Y si históricamente la capital de Estados Unidos marca la división geográfica entre el norte y el sur del país –en muchos sentidos Washington sigue siendo una especie de pantano–, su propia construcción es el resultado de un acuerdo político entre los grandes intereses económicos (que se fueron para Nueva York) y los políticos profesionales, que se quedaron para, desde acá, representar el federalismo y la democracia Americana.