El sismo de magnitud 7.8 en la escala de Ritcher que sacudió amplias zonas de la costa norte de Ecuador en la noche del sábado 16 de abril, provocó la muerte de al menos 500 personas, miles de heridos y muchos más damnificados.
A las denuncias por la mala calidad de muchas de las construcciones derrumbadas del propio Presidente Rafael Correa, siguió el llamado a la solidaridad internacional ante el desastre.
A diferencia de Chile y Japón, dos países que en los últimos años han sufrido movimientos sísmicos de alta intensidad, pero con una muy baja cantidad de perdida de vidas, en Ecuador –como en Haiti y otros muchos países del mundo–, la muerte de cientos de personas tiene más relación con las fallas estructurales de la construcción, la corrupción, pobre respuesta a la emergencia, falta de una sólida cultura de la prevención y el deficiente desempeño de los cuerpos de rescate.
A pesar del dolor que el terremoto trajo a miles de familias ecuatorianas, también salieron a la luz casos excepcionales de valor y solidaridad, tanto de los mismos pobladores de Portoviejo, una de las ciudades más afectadas, como de los migrantes ecuatorianos, sobre todo en la región de Nueva York, que de inmediato se volcaron a ayudar a sus hermanos en desgracia.