Si bien la pandemia es, por definición, un fenómeno global, en los hechos son un puñado de países americanos y europeos donde se ha concentrado la tragedia.
Por supuesto, el peor sigue siendo Estados Unidos, que con el 5 por ciento de la población mundial ha registrado más de una cuarta parte de los cerca de 2 millones 300 mil muertes provocadas por el covid-19.
Sea por demografía, demagogia o por las razones que fueran, el hecho es que de poco ha valido su condición como principal potencia económica o militar en el planeta. Brasil y México siguen en la lista de los países donde ha sido más que evidente el fracaso de la batalla contra el virus.
Y a pesar del ocultamiento de la información de otros gobiernos, resulta claro que casi todo el resto del contienen americano, y las viejas democracias europeas, es donde más cara se ha pagado la factura de la fuerza devastadora de un microrganismo que se ensaña más con quienes más mal comen, con los más sedentarios, con quienes menos sanos son.
Hoy queda claro –o al menos debería—, que la(s) vacuna(s) no representan una salvación instantánea. También deberíamos estar consientes que cuando este virus se vaya, vendrán otros. Parece que el mensaje también es muy directo. Sea de parte de la madre naturaleza, diosito o el universo, la hora de cambiar ha llegado.
