César Romero
La empresa que provocó el mayor cambio en la historia de la televisión ha topado con pared. Justo en el momento en que son más las personas que consumen video por vía streaming que por cable y/o televisión abierta, Netflix abjura de sí misma y está a punto de meter anuncios en su programación.
Líder indiscutible en la producción y distribución de video comercial, cuenta con importantes audiencias en casi todos los países del mundo, salvo China. Somos más de 220 millones de subscriptores que alimentamos nuestras mentes con la refinada maldad de Frank Underwood, los juegos enfermos del calamar, la trágica vida del profesor de secundaria convertido en narcotraficante y las fantasías de The Sandman.
Hace 6 años la revista semanal del New York Times publicó un texto titulado algo así como ¿Puede Netflix sobrevivir al mundo creado por Netflix? –Can Netflix Survive in the New World It Created? Al parecer la respuesta es un simple: pues no.
Creo que la historia ya todos la conocemos. Érase una empresa abusiva e ineficiente –Blockbuster–, que se dedicaba a rentar películas, vender golosinas y cobrar recargos, hasta que se fue a la bancarrota porque a partir de 1997 –primero por correo y en formato de DVD (de dos en dos en el plan básico) y una década más tarde, vía internet–, otra empresa llegó al mercado, entregando películas y programas de televisión completos, de manera directa y sin comerciales.
Netflix nació con 700 títulos y luego compró, por casi nada, los derechos de transmisión digital de casi toda la industria convencional del cine y la televisión, la cual, básicamente la ignoraron. Incluso en 2012 cuando pagaron 100 millones de dólares por la producción de 26 capítulos de un drama político –House of Cards–, lo cual implicaba de necesitarían reclutar a más de 10 millones de nuevos clientes para recuperar su inversión. Y por supuesto, lo lograron.
Mientras la televisión por cable y la televisión abierta siguen los pasos que alguna vez llevaron a las viejas industrias de los periódicos y de la música a irse por la misma ruta que los dinosaurios, Netflix se convirtió en principal referente de la era de las transmisiones vía internet.
Para los ingenuos que queremos pensar que el contenido es el rey, Netflix ha demostrado su superioridad tecnológica en la compresión de video –es la principal beneficiaria, junto con YouTube del dramático aumento en el uso de la banda ancha en el planeta– y, sobre todo en el aprovechamiento de la data que los propios usuarios generan al usar su plataforma.
De paso, en sus primeros años supieron darle la vuelta al mercado de las películas –que controlaba la vieja industria–, convirtiéndose en un mega distribuidor de series de televisión que habían tenido cierto éxito en algunos mercados nacionales.
Concentrada en crear un mercado global –hoy tiene 220 millones de subscritores pagados en 196 países y tan solo en Estados Unidos cuenta con 70 millobes, más usuarios que los que jamás tuvo la televisión por cable–, Netflix no sido un negocio demasiado lucrativo. Favorita de “los mercados”, sin embargo, ha contado hasta ahora con inversiones de capital suficientes para invertir más que ninguna otra compañía de medios en producción o compra de contenido. Este año, cerca de 20 mil millones de dólares.
Del articulo citado arriba, me quedo con lo que decía ahí Reed Hastings, uno de los creadores de Netflix: una vez que el televidente conoció la televisión sin interrupciones comerciales, sin tener que esperar una semana para ver el siguiente capitulo y con miles de opciones a su alcance, nunca regresarán a los viejos formatos en que un puñado de ejecutivos tenían todo el control.
Convencido de que toda la televisión terminará por mudarse al internet –como paso con la telefonía, de las líneas fijas a las móviles–, sin embargo, apenas en el mes pasado el mismo Hastings anunció que ante la presión de las otras plataformas contra las que ahora compite –Amazon, Apple, etc.– Netflix está en pláticas con Google y Microsoft para encontrar una fórmula que les permita meter anuncios dentro de su oferta de contenido.
En otras palabras y en esencia, el mismo modelo con que nació la televisión comercial a la mitad del siglo pasado. Caray.