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El grafit, arte para todosi

https://youtu.be/2CZjqYYUjWM

Omar Páramo / Eric Noxpanco / Emiliano Pensamiento / Nycol Herrera / Dolores Rojas

Uruz Bta agita una lata de aerosol hasta hacerla tintinear para luego escribir “La calle es nuestra” encima del bosquejo de una liebre con piercings. “En Colombia le decimos liebre a una persona mala, a alguien de cuidado, por eso me gusta usar a este animal para representarnos a los graffiteros, porque muchos nos tratan así, cuando lo único que hacemos es pintar”.

La joven es de Bogotá —de ahí las letras Bta de su tag o “nombre de batalla”— aunque hoy vive en la zona periférica de Soacha. Hace pocas semanas tomó un vuelo de cinco horas rumbo a Ciudad de México para participar en el 9 Congreso Interdisciplinario Estéticas de la Calle, organizado por la UNAM y la ENAH. “También vine para coincidir con algunos parces (colegas)”.

Como cierre del evento, las autoridades capitalinas cedieron una larga barda sobre avenida Del Imán, la cual fue intervenida por Uruz y una veintena de liebres, como ella. “Primero trazas, después rellenas y al final te concentras en los detalles”, explica Uruz al tiempo que su bote de spray escupe nubes de colores que chocan contra una superficie gris concreto.

“Hay quienes nos tachan de ñeros —modismo colombiano para tildar a alguien de ordinario—. Nos gritan ‘¡¿por qué no mejor rayan su casa?!’, pero al mismo tiempo hay quienes se acercan para ofrecernos un sándwich o una gaseosa. No es extraño experimentar las dos cosas en un mismo día, que nos regalen aceptación y cariño a pocos minutos de haber recibido groserías y rechazo… Ésta es una labor de claroscuros”.

Sobre los reclamos, Uruz confiesa haber escuchado de todo, aunque le llama la atención que las mismas personas que los criminalizan por pintar en las paredes suelen no decir nada cuando esos mismos muros son tapizados con propaganda política, cuando sus autobuses son forrado de arriba a abajo para publicitar la película de moda o cuando las azoteas de sus edificios son usadas como pedestal para anuncios estilo billboard.

Para contrarrestar esta andanada de mercadotecnia, a la también diseñadora le gusta ir a sitios estratégicos y plasmar sus liebres con piercingstoros con nariguera, perritos con gorras de hiphop o cualquier otra criatura salida de su manual particular de zoología fantástica. “Se trata de llevar algo de color a los muros y de crear paisajes urbanos únicos”.

Nosotros merecemos espacios y reivindicamos eso, subraya. “A eso me refería cuando escribí: La calle es nuestra, porque pintar es crear sin restricción, es tomar una superficie y, a base de spray, hacerla tuya”.

En el principio fue el nombre

“Antes de todo debo decir que no soy pintor, sino escritor de graffiti”, aclara Miguel Ángel Junco, doctorante en Historia del Arte en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y quien, cuando graffitea, se hace llamar Graun. Sobre por qué tal precisión en los términos, aclara: “Más allá de lo que plasmemos en una pared, en esencia estamos escribiendo nuestro nombre (o tag) en los espacios públicos, sea como una rúbrica solitaria o como firma de autoría de algo más sofisticado y grande”.

Ante un concepto con márgenes tan amplios cabe entonces preguntar, ¿qué es graffiti? “Podríamos llamar así a muchas cosas, a las inscripciones halladas en ruinas como las de Pompeya, a las consignas garabateadas tras una protesta o a las grafías pandilleriles para marcar territorio, pero el que hacemos se inscribe en el graffiti writer, un movimiento nacido en los años 70, en Nueva York, impulsado por jóvenes que pintaban vagones de metro de forma clandestina, siempre arriesgándose a ser atrapados por la policía”.

Desde sus inicios esta forma de expresarse, casi siempre al amparo de la noche o la madrugada, fascinó a intelectuales de la época como Norman Mailer, quien en 1973 expuso: “En un acto criminal siempre hay arte, pero los graffiteros están en el extremo opuesto de los criminales pues viven todas las fases del crimen para cometer un acto artístico”.

El antagonista del libro El francotirador paciente, de Arturo Pérez-Reverte, profesa el credo de “si es legal, no es graffiti”, algo con lo que Graun concuerda muy parcialmente. “En un concepto general histórico sí, debe ser ilegal, transgresor y anónimo”, señala el universitario, para luego explicar que por ello quienes se dedican a esto jamás usan su nombre real, sino un pseudónimo o tag. “Pinto para que sepan cómo no me llamo”, responde —sin que se lo pregunten— otro personaje de la misma novela.

Sin embargo, para Graun, el graffiti no admite definiciones lapidarias, en especial porque ¿si es ilegal por qué las autoridades le dan espacios?, ¿si es anónimo por qué hay “escritores” famosos?, ¿si es un asunto de vándalos por qué hay graffiteros médicos, abogados, ingenieros o como yo, sociólogos e historiadores del arte?

Para alguien como Miguel Ángel —quien comenzó a graffitear en 2004, a los 13 años, con un marcador Esterbrook en las paredes del barrio—, reflexionar acerca de esta actividad es algo más allá de las aulas y que asume como un ejercicio filosófico, pues lo ha hecho pensar sobre sí mismo.

“Escribir tu nombre en las paredes es autorrepresentarte. Tras pintarte mil veces te empiezas a cuestionar ¿quién soy? En el círculo graffitero se habla mucho del getting up, del deseo y constancia para hacer esto y la verdad yo todo el tiempo pienso en pintar; estoy por concluir mi doctorado y sigo con los botes de spray. Dedicarme a esto me ha mostrado algo crucial: que soy un híbrido, pues lo mismo escribo graffiti que ensayos para la academia”.

Más allá del arte

Además de integrante del Instituto de Investigaciones Estéticas, Yareli Jáidar es restauradora y confiesa que su involucramiento con el graffiti se dio de la manera más curiosa. “Como restauradora solían pedirme consejo sobre cómo removerlos; eso me llevó a estudiar los materiales usados por quienes pintan en el espacio público. Paradójicamente, entender cómo borrar tales obras también me dio pistas sobre cómo preservarlas”.

La académica asevera que dentro de este universo hay piezas de valor que no sólo merecen protección por su writer o por su estilo, sino “porque son el registro de un momento y espacio determinados”. Sin embargo, también aclara que no todo graffiti precisa conservarse. “De entrada, por ley, en México toda pinta encima del patrimonio cultural debe ser quitada”.

Hay quienes se sorprenden que, desde la academia, se piense en estrategias para conservar graffitis, una labor que pasa por entender cómo envejece la pintura en spray o por considerar que, debido a su naturaleza, se trata de obras vulnerables ya sea por estar a la intemperie, por la indolencia de la gente, por las campañas “de limpia” o por las hostilidades de otros escritores que les pintan encima para borrar firmas rivales.

Yareli Jáidar confiesa que acercarse a este mundo le ha hecho reflexionar sobre cómo, desde su profesión, se abordan ciertos temas, y admite que también le ha hecho plantearse cuestiones que parecen un callejón sin salida, como la de si el graffiti es arte. “Es un tema polémico incluso entre los graffiteros; prefiero que sean ellos sean quienes discutan y respondan”.

Al respecto, Graun opina: “Eso es una cuestión personal y creo que nos brinda una experiencia estética, pero en principio no lo es”. Por su parte, Uruz hace un alto para poner sus botes de aerosol sobre el suelo y defender lo contrario: “Un artista busca crear belleza y emociones”, argumenta para luego señalar la barda recién intervenida en una avenida Del Imán con demasiados autos y muy pocos árboles. “Mira todo ese color que antes no estaba, ¿no emociona? Por eso digo, esto es arte”.

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