Home » El nuevo PRI

El nuevo PRI

César Romero

Como dijera el clásico, “él sí sabe cómo hacerlo”:

A diferencia de Cuauhtémoc Cárdenas, quien fracaso en su intento de “democratizar al PRI” y en 1988 estrelló su aspiración presidencial ante Manuel Bartlett Díaz y su colmillo político, largo y retorcido, Andrés Manuel López Obrador optó por la vía corta del pragmatismo y simplemente lo reclutó. A él y otros distinguidos caballeros del “nacionalismo revolucionario”.

A diferencia de Vicente Fox, quien en el 2006 recurrió a la verborrea política como punta de lanza de una “elección de Estado” que apenas pudo inclinar los resultados electorales en favor de Felipe Calderón, AMLO reconstruyó un formidable sistema clientelar que entrega dinero constante y sonante a más de 60 millones de personas. Y de pasada, compra encuestas al mayoreo.

Nadie –ni Duverger, ni Cosió Villegas; vamos, ni Paz–, dejaron de reconocer su asombro y cierta admiración ante la eficiencia de maquinaria política creada, desde el poder, por Plutarco Elías Calles y luego modernizada por Lázaro Cárdenas. Aquella aplanadora que le garantizó al país siete décadas de continuidad política y, según ellos, de “prosperidad y paz social”.

Condenado a la irrelevancia –casi tanto como aquel PPS, “cuya militancia completa cabe dentro de un elevador”–, de aquel viejo PRI solo queda cascajo (y contadísimas excepciones de talento real). La suya es una historia de logros reales y corrupción desbordada. Un saldo de movilidad social acotada y “autoritarismo suave”.

Tan coherente como el concepto mismo de una “revolución institucionalizada”, lo de hoy es la “continuidad de la transformación”. En un momento histórico en que tres de las últimas cuatro elecciones presidenciales las mayorías le han dado el triunfo a la oposición, lo de hoy predicar que el oficialismo representa “al cambio”. Y hay quienes así lo quieren creer.

En los hechos, el primer sexenio de Morena llegará a su fin con resultados mixtos: Macroeconomía, bien (como los neoliberales); seguridad, mal (como los neoliberales); salud, mal (como los neoliberales). Incluso en el terreno de la opinión pública las encuestas dicen más o menos lo mismo que decían, en su momento, sobre Salinas, Fox o Calderón. Entre otras razones, porque se contrata a las mismas empresas.

La Cuarta Transformación ¿Erradicó la pobreza? ¿Disminuyó la desigualdad? En lo fundamental, no.  Aunque hay que reconocerlo, sí hay diferencias:  A los hijos de Martita los reemplazan los hijos de Andrés Manuel, por ejemplo.

Autoproclamado como líder histórico de un gran movimiento social, probablemente AMLO puede presumir como su logro mayor el haber remplazado la maquinaria electoral corporativa del viejo PRI con el aparato clientelar de Morena. Lo cual, por supuesto, no poca cosa. Morena es el nuevo PRI y la vieja oposición, panistas y perredistas, no lo han podido procesar.

Pero hay que decirlo: el nuevo “Mexican moment”, ocurre dentro de un contexto muy particular: cuando los fantasmas del populismo y los nacionalismos vuelve a dominar amplias regiones del planeta; cuando en numerosos países vuelven a soplar los vientos del odio y la polarización que, casi a gritos, anuncia la cercanía de una nueva gran guerra global. Lo que no me queda claro si la conflagración será Nuclear (Rusia contra los demás), será económica (los demás contra China), o si las profundas contradicciones internas y fracturas estructurales del propio capitalismo salvaje nos llevarán al ecocidio y una nueva gran ola de extinción.

En el caso mexicano creo, contrario a lo que pregona casi todo mundo a mi alrededor, que el 3 de junio no amaneceremos ni en el paraíso y tampoco en el infierno. Lo que tenemos y tendremos es un gatopardismo con harto marketing.

Lo que no alcanzo a imaginar es cómo, sin el caudillo en Palacio la 4T podría crecer su poder o siquiera mantener ad nausean, ni las tensiones intra nacionales, ni la polarización extrema.

Como ella misma lo dice, Claudia Sheinbaum no es López Obrador. Ni Andrés Manuel es Calles; ni México, Venezuela. Un sistema político diseñado en torno a la figura de una sola persona es necesariamente efímero.

Cierto, el viejo PRI lo logró por 70 años y mi ingenuidad no alcanza para convencerme de que el pueblo de ahora es más sabio que el pueblo de entonces (o viceversa). Pero tampoco olvido que el propio cardenismo tuvo que inclinarse ante la fuerza de la realidad y terminó por abrirle las puertas del poder al otro PRI, el de los corruptos y malvados.

Sin duda alguna creo en el poder de los ciudadanos. En los votos. Y a diferencia de lo que no acepté durante mucho tiempo, hoy estoy plenamente convencido de aquello de “no hay mal que dure cien años… ni enfermo que los aguante”.

Please follow and like us:
Pin Share
RSS
Follow by Email