Desde hace algunos años, se ha insistido en estas páginas que una gran ola de enojo, frustración y desencanto recorre la vida social y política en diversas regiones del mundo. A juzgar por las encuestas, el momento del “gran cambio” llegará también a México.
De cara a la elección presidencial del próximo domingo 1 de julio, el candidato de más edad, un político profesional de toda la vida, es quién mejor ha sabido posicionarse como la opción más atractiva para amplios grupos sociales que ya no pueden más con la corrupción endémica del viejo sistema, la creciente desigualdad económica de su país y los niveles de inseguridad y violencia que padece el país.
Como ocurre casi siempre en las democracias modernas, de concretarse el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, seguramente su gobierno no será ni tan exitoso como sus seguidores esperan, ni tan apocalíptico como sus enemigos proclaman. Podría ser que uno los efectos mas visible sea la sustitución de la elite política que –bajo la etiqueta “PRIAN” o “la mafia del poder”, gobernó al país desde mediados de los años 80´s, por un nuevo grupo, quizá menos desgastado, con más hambre de poder.
Probablemente el referente obligado será el caso de Brasil, donde en 2003, también en su tercer intento, Inazio Lula Da Silva llegó a la presidencia para iniciar una década de notorios avances sociales y económicos. El propio desenlace del caso Lula –hoy tras las rejas acusado de corrupción–, sería el gran reto para el nuevo gobierno mexicano.