César Romero
Sí. En lo personal no tengo duda. Todavía lo es. Sin embargo…
- Se trata de un país obsesionado por las armas de fuego, donde hay más armas que ciudadanos. Con severos problemas de salud mental, es una nación fascinada por la violencia y con un sistema político bajo el control de la industria de la destrucción y sus negocios afines, como el negocio carcelario y la fabricación de armamento.
- Es el país donde más de un millón de personas perdieron la vida a causa del Covid. Más que ningún otro en el mundo, a pesar de su condición de nación desarrollada. Su sistema de salud pública y privada –quizás el más avanzado en términos científicos–, estaba ya podrido antes de la pandemia.
Si el siglo XX fue claramente el American Century, con el XXI comenzó –digamos el 11 de septiembre de 2021–, un claro aceleramiento de su ocaso imperial. Seguido por dos guerras absurdas y carísimas (Irak y Afganistán) que mucho contribuyeron al severo deterioro de la infraestructura básica y, poco después, el colapso global de los mercados financieros. Y llegó Trump.
La masacre de la semana pasada en un poblado de 15 mil almas localizado entre Piedras Negras, Coahuila y San Antonio, Texas, dejó 19 niños y dos maestros muertos. El mismo hecho que haya sido un chamaco de 18 años quien entró con un rifle de alto poder para asesinar indiscriminadamente a cuantos niños pudo en la Escuela Primaria de Uvalde –en el lado estadounidense de la frontera–, es en sí mismo un síntoma de la magnitud del problema.
Sobre todo, porque ya todos sabemos lo que viene después: el duelo, por supuesto, sobre todo en su versión mediática. Las recriminaciones y polarización política extrema. Y luego los spin doctors de la National Rifle Association ocuparán los pulpitos para explicarnos, por ejemplo, que Texas tiene una tasa de homicidio cuatro veces menor que la de México, o que, a lo mejor si algún otro niño hubiera llegado al salón con una calibre .45 en su mochila “solamente para su protección”, la tragedia se habría evitado.
Es en este contexto en el que debemos considerar el factor Trump. Con independencia de sus disparates en el manejo de la pandemia, este un buen momento para reconocerlo en su doble condición tanto como de causa como de síntoma de estos tiempos interesantes.
El expresidente y candidato no oficial para 2024 es un oportunista que supo leer a sus audiencias. Peculiar personaje del mundillo del entretenimiento y las celebridades tuvo el talento para ver a la política como lo que también es: parte de la industria del show business. Genial provocados ha sabido aprovechar el racismo y la ignorancia de millones de personas como tierra fértil para el crecimiento de la derecha extremista de su país. El rostro no civilizado de Estados Unidos.
Entre esta masacre de 21 seres humanos que a los ojos de la sociedad estadounidense son casi todos “Mexicans”, y el célebre discurso con que Donald Trump lanzó su primera campaña presidencial acusando a los mexicanos que viven en su país de ser “violadores” y “criminales”, no hay una diferencia de fondo. Solamente de grado.
Ciertamente la violencia verbal no es igual que la ejecución de tantos niños de primaria y sus maestras, pero en el Estados Unidos actual es claro que la identidad nacional de una persona no depende del color de su pasaporte o su situación migratoria, sino del color de piel y condición económica. En este caso las víctimas son Mexicans, justamente de la generación que cuando lleguen a la edad adulta representarán una tercera parte de toda la población de Estados Unidos.
Por ello creo que la pregunta es válida. Argumentos para reconocer este país como civilizado sigue siendo muchos: hay muchos millones quienes creen que la ley, el respeto a los otros y la tolerancia son la ruta hacia adelante.
Sin negar la profunda sabiduría de aquello de “mal de muchos, consuelo de tarugos”, es necesario reconocer que el regreso de los mismos vientos del odio y populismo que abrieron camino a Mussolini y Hitler hace poco más de 100 años no son un fenómeno exclusivo de Estados Unidos. Hoy soplan desde Reino unido y su Brexit hasta Moscú y sus delirios bélicos. Y más allá…
Vivimos en un mundo convulso. El fundamentalismo islámico y el fundamentalismo cristiano se fortalecen. La inequidad económica también. En muchos lados han regresado los tiempos de los caudillos.
En ese contexto, la mitad de la sociedad estadounidense que sí estudió y sigue creyendo en la civilización (más delimitada por el lugar donde vive que por su identidad republicana o demócrata) se enfrenta al enorme desafío de contener la rabia y estallidos de la otra mitad, la que adora sus fusiles de asalto, siguen aferradas a la era del carbón, el petróleo y el consumismo rapaz.