La fórmula ya es muy conocida. Las grandes potencias alimentan los problemas y generan las grandes crisis y luego, cuanto todo se les sale de control, pretenden ser quienes salvan al mundo.
Es claro y reconocido que el principal detonante de la actual crisis migratoria que se vive en Europa es consecuencia del caos y guerra civil en el Medio Oriente, cuyo epicentro se localiza desde hace ya poco más de 5 años en Siria.
La brutal imagen del cadáver del pequeño Aynal Kurdi en las costas de Turquía los últimos días de Agosto fue solamente la última sacudida que detonó un cambio en la opinión pública en la mayor parte de los países europeos, lo cual permitió la apertura parcial a varios miles de refugiados que, desde hace años, han estado llegando masivamente a través del Mediterráneo, en un desesperado intento de escapar del infierno que padecen en sus países de origen.
Pero como ocurrió hace poco más de un siglo, sobre todo en la Alemania nazi, la tentación populista de la extrema derecha europea sigue utilizando a las minorías y grupos más desprotegidos –¿Y quiénes podrías ser más desprotegidos que aquellos que huyen del ISIS y la guerra?–, como escusa para canalizar el desencanto y descontento social por casi cualquier otro tema.
Aunque académicamente “migrantes” y” refugiados” no son sinónimos, en la vida real, para millones de familias en todo el mundo las diferencias no son demasiado grandes.