Por Jorge M. González
“El estómago es cruel. Si no le das algo de comer, no te dejará dormir. En los primeros días de inanición, el hambre puede disminuir mientras el cuerpo trata de adaptarse a lo que podría ser un episodio corto de deseo. Luego de un tiempo, cuando la crisis continúa, la preocupación por obtener comida se intensifica anulando en el hambriento su sentido de moralidad y autoestima. El meticuloso se desaliña, el amable se hace agresivo, la fraternidad y el amor se marchitan. El juicio se desvanece, el delirio y la ansiedad se apoderan de la mente. El hambriento se convierte en psicótico.” Es, claramente, una tortura.
El australiano Thomas Keneally, autor del libro “El Arca de Schindler,” inspirador de la película ganadora del Oscar, “La lista de Schindler,” escribió en 2011 “Tres hambrunas: Inanición y política.” Aquí, Keneally plantea que las hambrunas, comúnmente asociadas con “castigos de Dios”, eventos “cataclísmicos” o “cambios climáticos”, no son más que el resultado de malas, mediocres, y muchas veces malintencionadas políticas gubernamentales. Cada hambruna reportada en la historia mundial no ha sido causada solo por la falla en producir alimentos, sino por no distribuirlos eficientemente. En todos y cada uno de los casos conocidos de hambrunas, los regímenes gobernantes nunca han rendido cuentas.
Keneally demuestra su tesis al presentar tres hambrunas ampliamente conocidas: La Irlandesa (an Gorta Mór) que sucedió entre 1845 y 1852; la de la provincia India de Bengal, en 1943-1944; y la de Etiopía de 1983 a 1985. Aunque ocurrieron en continentes diferentes, “todas comparten un mismo ADN”. Cierto que en cada una hubo un componente natural que activó la hambruna, pero solo eso no es suficiente para explicar todo lo sucedido. El autor nos muestra que en cada caso, los poderes tiránicos de cada régimen hicieron al menos uno de lo siguiente: tomaron recursos de la nación para dárselos a otros; expropiaron, destruyeron o vandalizaron los medios de producción; o simplemente abandonaron a su suerte a los ciudadanos hambrientos, ya que dichos regímenes no se sentían responsables por ellos.
En Irlanda, el representante de la corona británica declaró que la hambruna fue “…castigo de Dios, para enseñarles una lección …”; en Bengal, las autoridades culparon a las propias víctimas de tal hecho, además de ridiculizarlas; en Etiopía, el dictador Stalinista Mengisto Haile Mariam agravó la hambruna al usar el hambre como pretexto para expropiar y “colectivizar” tierras.
El Indio Amartya Kumar Sen, Nobel de Economía 1998, diría: “En el mundo nunca se ha producido una hambruna en una democracia en funcionamiento.” Hoy en Venezuela, luego de 17 años de corrupción, manejos inapropiados y repartición indiscriminada de recursos a foráneos, el régimen asigna a militares para “administrar y distribuir comida.” Este represivo régimen ha expropiado y destruido numerosas propiedades otrora productivas, eliminó instituciones que subvencionaban agricultura, ganadería e industrias. El país depende hoy más del petróleo, cuyo valor está en el suelo y pocos lo pagan. No hay comida para repartir, ni dinero con que comprarla. ¿Tendremos una hambruna en puertas?