Hace menos de una semana uno de los glaciares del Polo Norte fue declarado desaparecido. Este hecho significa una advertencia global en torno a los efectos graves del cambio climático.
Por si esto fuera poco, la Amazonia arde desde principios del año. Los incendios de estos últimos días han alcanzado cifras récord desde que comenzó a medirse en 2013. Datos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil revelan que en este año se han registrado más de 70 mil incendios en el país sudamericano, es decir, un 80 por ciento más que en el mismo periodo en 2018.
De acuerdo con Gian Carlo Delgado Ramos, investigador del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, la situación es compleja porque la selva amazónica no sólo es un pulmón en términos de filtración del aire, sino es uno de los espacios que permiten mitigar los efectos del cambio climático.
Una de las causas de estos incendios es el fenómeno de calentamiento del Pacífico Oriental Ecuatorial a través del fenómeno del “Niño”, para luego dar paso a la “Niña”, asociada a las lluvias. Un proceso de degradación de la selva que viene desde los 80.
Asimismo, la Amazonia ha sido presa de la tala indiscriminada asociada a la expansión ganadera y agrícola, así como a procesos extractivos como la minería informal, situación que la vuelve más vulnerable a los incendios.
Más allá de esto, ¿qué papel juega Brasil en el contexto de una Europa que defiende el medio ambiente, frente a un gobierno que se afilia más a la visión escéptica de Trump? Para Delgado Ramos, la urgencia de preservar y conservar mejor la Amazonía tiene un costo político en el ámbito internacional.
“Sí hay un costo político internacional, pero como estamos hablando de países nacionales como Estados-nación con su propia política, y esta política con la naturaleza como la que estamos observando en Brasil y Estados Unidos, lo que tenemos es que estos países pueden mantener una política de esa naturaleza en la que privilegien el desarrollo frente a la conservación del hábitat natural. Claro que esto puede tener implicaciones de presiones internacionales para que esta política de destrucción a la naturaleza sea detenida o por lo menos limitada”.
Asimismo, el doctor en Ciencias Ambientales aseveró que esta mirada desarrollista brasileña no sólo pone en riesgo su cobertura boscosa, sino la de sus países vecinos, pues lo que está de fondo es cómo entendemos la naturaleza.
“Pensar en cuál es la función de la naturaleza que le damos hoy día como sociedad, y entender que tenemos que moderar nuestras expectativas de desarrollo, o hacer un desarrollo mucho más armónico con la naturaleza, de tal suerte que estos procesos de tala intensiva, de erosión de la frontera agrícola, ganadera y extractivista se reduzcan no sólo en Brasil, sino en el resto de las zonas vecinas que también comprenden el Mato Grosso y la Amazonia”.
Hoy día, Brasil es uno de los países con mayor pérdida forestal en el planeta. Ante esta situación, Delgado Ramos apuntó que “tenemos que empezar a tomarnos de manera muy seria la reflexión de qué significa el desarrollo, qué significa vivir bien, digamos, para tomar el discurso de la 4T, que en algún momento hablaba que la felicidad es lo importante. Bueno, ¿qué significa ser feliz? ¿Qué significa esa calidad de vida?”.