Si Osama Bin Laden tuvo hace 15 años el genio perverso de armar la logística de pagar boletos de avión de un puñado de terroristas que armados con navajas pudieron estrellar tres vuelos comerciales de manera sincronizada y así cambiar al mundo, en este verano, fuerzas radicales aparentemente inconexas y confrontadas, han logrado poner a temblar a las economías y sociedades de buena parte del planeta.
Primero fue el Brexit que convertirá al Reino Unido, una de las economías más abiertas del planeta, en una isla económica en torno a los segmentos más regresivos de su sociedad. Después, el ataque de un obscuro personaje que rentó un camión y asesinó a cerca de un centenar de franceses inocentes que celebraban la fiesta nacional de su país en la ciudad de Niza. Algo equivalente, aunque a menor escala, ocurrió en Alemania, atizando así el fuego del miedo y enojo social que ha invadido a Europa.
Como nos ha enseñado la historia una y otra vez, las claras señales de desestabilización, casi nunca son presagio de algún avance social. Sino, todo lo contrario.
Y aunque el terror toca las puertas de algunos países ricos, desde hace mucho ya reina en otros como Irak, Siria y Afganistan.