Llegaron desde los cuatro puntos cardinales.
La marea púrpura comenzó a teñir las calles de la ciudad desde muy temprano, todas deseaban estar ahí, participar en la marcha histórica del Monumento a la Revolución al Zocalo, evento en el que se escucharía la voz femenina pidiendo un cambio, e igualdad de género, conscientes de que esa tarea se logra en conjunto con los hombres, pero ella tienen que hacer escuchar su voz para que ésto se logre.
Llegaron de todas las colonias de la Ciudad de México y zonas aledañas, acompañadas de amigas y hermanas, madres, abuelas e hijas -jóvenes y en brazos-, asistieron en familia, con sus esposos y parejas, quienes empujaban las carriolas entre la marea morada; fueron acompañadas de padres con bastón y de hermanos, quienes también apoyan el movimiento por el cambio y la igualdad de género.
El Monumento a la Revolución -punto de reunión inicial-, se llenó desde medio día aunque la cita era a las dos de la tarde, con las mujeres que salieron temprano de sus hogares, preeviendo la insuficiencia de transporte, dada la fuerza de una convoctoria que superó sus propias expectativas. Llevaban consigo mantas, pancartas, letreros hechos a mano, camisetas con consignas que les nacieron del corazón, y hasta fotos impresas en su ropa, de madres que las enseñaron a luchar por sus derechos.
Los vagones del metro y del metrobus eran verdaderos salones de fiesta, ya desde el camino hacia lel evento se escuchaban cánticos de las asistentes a la Marcha del 8 de marzo, así como consignas que serían el espíritu de la concentración multitudinaria, las cuáles dejan claro a la sociedad mexicana, que ya es tiempo de un cambio. Las y los ocupantes de los vehículos entonaban canciones y reían, en un ambiente de verbena popular, y los rostros se plegaban en sonrisas de gusto y de esperanza.
Antes de las dos de la tarde, en la plaza, frente al Monumento, no cabía un alma más, un gran número de personas, celular en mano, intentaban comunicarse con las integrantes de los grupos que aún no se encontraban en el sitio, tarea demasiado compliacada, ya que poquisimas llamadas lograban conexión con el destinatario, sin embargo, enmedio de esa marea púrpura, las mujeres más tenaces lograron encontrar a sus amigas, tarea que se antojaba imposible, entre los más de 100 mil participantes en la manifestación en contra de la violencia de género.
La generosidad se desbordaba, había quienes obsequiaban listones morados para prenderlos a las camisetas, algunas personas más repartían paliacates verdes y púrpura, había quienes compartieron manzanas o palanquetas de amaranto para el trayecto, todo esto bajo un sol de 27 grados centígrados.
Entre las voces de la muchedumbre se escuchaba el suave sonar de caracoles que acariciaban el viento con su dulce melodía. El aroma de copal viajaba en el espacio y se esparcía impregnando los cuerpos que ya se preparaban para avanzar.
A la manera de un ritual prehispánico, el sonido de los tambores pareció ser la señal para iniciar la marcha, los primeros contingentes comenzaron a desfilar en su paso hacia el Zócalo, en donde se llevaría a cabo el mitin de clausura.
Ignorando un sinfin de puestos de comida, camisetas, sombreros de paja y de tela, y hasta de baterías portátiles para los telefonos celulares, las las mujeres que iban al frente de la marcha iniciaron su camino, levantando largas y pesadas mantas, que en colores negro y rojo exigían justicia para quienes han sido asesinadas, y el vuelo del coro uniforme de la consigna que demanda a los gobernantes y a la sociedad entera, ¡Ni una asesinada más!, contagió a todos los contingentes.
Y así vimos hermanadas por la misma demanda y la misma esperanza de que cambien las cosas para bien, a los cientos de grupos de mujeres que con su presencia hicieron más contundente el hecho de que se sienten amenazadas, agredidas y no valoradas.
Ahí estaban las Jaraneras, tocando al unísono sus instrumentos, rascando con gusto sus pequeñas guitaras y percutiendo sus quijadas de burro, vistiendo ropas bordadas de colores, con sus sombreros de ala ancha y sus gorras; precedidas por otro grupo de mujeres cuyo distintivo eran unos estandartes que decían ¡México feminicida! , y otras más que llevaban sombrero negro de punta, como hechiceras –brujas dirían algunos-, y otro contingente que avanzaba en silla de ruedas, con pancartas exigiendo que cesen los asesinatos de mujeres en este país.
De repente se escuchan golpes muy fuertes, secos, contundentes, metal contra metal, se multiplica el repiqueteo y las personas que están marchando pacíficamente se hacen a un lado a toda velocidad. El ruido es producido por golpes de martillos y llaves Stillson sobre las bardas metálicas que resguardan el edificio del Banco de México.
Cuando la muchedumbre se dispersa, se puede observar que las encapuchadas lograron finalmente derribar la valla y su euforia no se desdibuja aún cuando cientos de gargantas gritan al unísono: ¡No violencia, no violencia, no violencia!, y las mujeres que siguen marchando se preguntan entre ellas de qué grupo son, a que organización pertenecen, nadie parece reconocerlas, y comienzan a circular especulaciones que expliquen esos actos que la mayoría considera sinsentido, “son las ultras”, dice una mujer de cabello blanco, “son las separatistas, las feministas revanchistas”, agrega otra y continúa, “son del grupo que no quiere hombres en la marcha”, y una más apuesta a la teoría de que “son grupos de choque pagados para cometer estropicios y desvirtuar la marcha”.
Ya cerca de la Plaza de la Constitución se dan un par de escaramuzas más, sin mayor importancia, pero que obligan a las mujeres que llevan a sus hijas e hijos pequeños, a correr fuera del listón de seguridad de su contingente, para resguardarlos de cualquier peligro.
Caminando sobre la Avenida 5 de mayo llegan noticias a los contingentes de enmedio, de los miles de participantes que salieron al inico han llenado casi totalmente el espacio del Zócalo, que habrá que acomodarse en las calles aledañas para escuchar a las oradoras.
Mientras tanto, los grupos siguen avanzando y algunas jóvenes hacen pintas en las paredes de la avenida, en las banquetas, y el muñeco de Mojiganga, figura humana que ridiculiza a un personaje, hecho con técnica de cartonería según la tradición mexicana, sigue danzando inexorable hacia el Zócalo, lo mismo que la joven ataviada como la Victoria Alada de Samotracia, vestida con una túnica colgando de su cintura , alas de angel y cubierta en el torso sólo con pintura, y la pinta bajo sus senos que la reconoce como La Victoria.
Sin embargo no fue el único ser alado que participó en la marcha, adelante, ya frente a la plancha del Zócalo, otro ángel, igualmente rebelde pero más moderno, revoloteaba sus alas de color verde eléctrico enfrente de los transeuntes, participantes y espectadores de la mayor manifestación de mujeres que se haya visto en el país. Al agitar sus grandes alas la jóven enfundada en minifada negra, agitaba tambien su cabello rubio y su figura imponente llamaba la atención de medios nacionales y extranjeros, lo cual aprovechó para dar su mensaje, ¡Alto a los feminicidios!.
Desde los balcones de los edificios que miran hacia el Zócalo, se pudo ver el humo del petardo con que quisieron prender la puerta de Palacio Nacional y se escuchó la respuesta inmediata de la multitud, ¡No violencia, no violencia, no violencia!, así como la movilización instantánea de los cuerpos de mujeres policías, sorteando habilmente en su carrera los grupos compactos de participantes en la manifestación, y hasta a sus mascotas, porque sí, hubo quienes decidieron ir acompañados de sus perros a los que pusieron paliacates verdes y morados en el cuello.
No faltó quienes cayeron en la tentación de arengar a éstas mujeres a cargo de la vigilancia y del órden, pero la cordura de la masa se impuso y se les acalló rapidamente, recordándole a quienes les gritaban que eso no es parte del feminismo y ellas, las policías, son mujeres que estaban trabajando. Al final de la marcha, algunas participantes repartieron botellas de agua que algunas uniformadas recibieron con cautela, agradeciendo el gesto de solidaridad.
Poco a poco, al mismo tiempo que se retiraba el sol, las familias con bebés y niños pequeños comenzaron a retirarse, caminando lentamente hacia un lugar en que pudieran conseguir algún transporte público o una estación de transporte colectivo que estuviera abierta, dando servicio.
Una madre joven, quien fue acompañada por sus hijos varones al evento, ayudaba a sus pequeños a enrollar las cartulinas que mostraron durante su recorrido del Monumento a la Revolución al Zócalo, y en las que se leía: “Mi mami me ha enseñado a cuidar, valorar, y proteger a la mujer, y si tú te consideras hombre haz lo mismo. ¡Ni una menos!” Y la segunda pancarta afirmaba: “Porque nací de una mujer valoro, cuido y respeto a la mujer. Por eso este día las apoyamos”.
Eran casi las siete de la noche y mientras parte de los participantes en la marcha se iban retirando, algunos contingentes iban llegando todavía a al Zócalo, de regreso se podía ver el rastro del paso de las anarquistas, vidrios rotos, ropas quemadas, hombres y mujeres que caminaban cerca movían la cabeza en gesto de desaprobación, deseando que esos actos no echen por tierra todo el esfuerzo de quienes desean equidad para todos y por el bien de todos.
Dicen los que saben que el tsunami del cambio está recorriendo el mundo, es deseable que la marea púrpura se monte en su cresta, para lograr el cambio que la sociedad mexicana necesita tan urgentemente, la esperanza hermana a las mexicanas con todas las mujeres del mundo que desean equidad de género, esperemos que la esperanza no se muera también , como las mujeres asesinadas por las que marchamos éste domingo.