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La Muerte y el Poder

César Romero

Tema incomodo, pero finalmente obligado. Después de todo, es la única verdadera certeza de nuestras vidas: unos más pronto que otros, pero al final todos compartimos un mismo destino, la muerte.

No se trata en estas líneas de asomarnos al abismo del pensamiento mágico y religioso, ni siquiera de entrar a farragoso terreno de los legados, las trampas de los egos inflados o los sueños guajiros sobre imperios de perduran por mil años. Mi intención es bastante más simple: subrayar el hecho de que toda historia, por grande que sea, tiene un final. Y, quizás, he de sugerir que incluso los más ricos, poderosos y populares líderes, pues también.

 

Desde la ciencia política hay pocos temas más atractivos que el de la sucesión de los grandes líderes. Y, en términos prácticos, es justamente ahí, donde podemos encontrar la mejor defensa de los sistemas democráticos (versus los modelos autoritarios).  Justamente en estos tiempos interesantes en que hay cierta moda a favor de los lideres supremos y sus liturgias del poder, más valor tiene ese pequeño personaje que susurraba al oído de los emperadores romanos la gran verdad sobre su fragilidad humana.

Es cierto que como especie hemos logrado extender la esperanza de vida por una buena cantidad de tiempo. El hecho mismo de que el Presidente de Estados Unidos intente permanecer en la Casa Blanca en su novena década de vida, es en sí mismo importante. Y sin embargo…

Aunque la salud de los personajes de poder sigue siendo una especie de tema tabú, por todas sus posibles implicaciones, mal haríamos en resignarnos al silencio. Pensemos en el caso de nuestro propio presidente.

De indiscutible fortaleza física –ahí están los testimonios de sus pies metidos en cubetas de agua salada durante sus caminatas desde Tabasco a la Ciudad de México–, él mismo ha tenido que reconoce su propio desgaste luego de una vida “corrido en terracería”.  Si bien, ni su condición cardíaca, presión sanguínea o los achaques “naturales” para quienes arañan los 70 años, implican necesariamente que se encuentre en una condición agónica. Ni mucho menos.

El reciente ruido mediático y en redes ante su “desmayo transitorio” (sic) en Mérida es un simple recordatorio de lo que ya todos deberíamos saber. Todo, por servir, se acaba. Más allá de las mentiras de su circulo cercano y la miseria moral de quienes se atrevieron a festejar lo que habría sido una crisis política mayor, el tema es relevante porque apunta a la mayor debilidad del proyecto de la Cuatro-Te: la cercana salida de escena de su héroe mayor. Afortunadamente no ahora, pero sí en 2024.

Aunque nunca definitiva, la muerte política es una condición necesaria de cualquier sistema democrático. Los liderazgos eternos simplemente no existen. Hay muchos ejemplos históricos que documentan la brutalidad que suele caracterizar los conflictos de sucesión. Cierto, Plutarco Elías Calles logró gobernar desde fuera de Palacio Nacional, pero esa no parecer ser una hazaña fácil de repetir.

Sin López Obrador al mando, qué será de Morena. Cuál será la relación de fuerzas en un país tan polarizado. Más pronto que tarde, lo podremos atestiguar. Bueno, en caso de que la huesuda no nos visité antes.

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