Fernando Guzmán Aguilar / Leyla Cárdenas
Una cosa son las pandillas juveniles, que al menos en la CDMX se han diluido y transformado en agrupaciones transgresoras, no necesariamente violentas ni territoriales, como en su tiempo fueron Los Panchitos, y otra son las bandas criminales dedicadas, por ejemplo, al robo de autopartes o de casa habitación, y cuyos integrantes pueden ser jóvenes y adultos.
Hay que desestigmatizar el concepto de pandillas juveniles porque, agrega el doctor Christian Ascensio Martínez, las “pandillas” de ahora son muy diferentes a las de los años 90 e incluso las de principios de los 2000.
Las agrupaciones juveniles actuales se han diversificado y ya no se asumen como pandillas sino, por ejemplo, como “combos juveniles” o “bolas”, cuya actividad gira en torno al grafiti, algunos deportes (‘parkour’, ‘skate’), actividades artísticas y culturales como el hip hop e incluso la elaboración de artesanías.
Para Ascensio Martínez, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, tales agrupaciones buscan la pertenencia, el esparcimiento y cierta seguridad y estabilidad en entornos sumamente desfavorecidos.
Aunque hay grupos juveniles en todos los estratos sociales, una particularidad de aquellos que predominan en los entornos desfavorables es que “las trayectorias de vida compartidas por sus integrantes muchas veces están marcadas por la exclusión, la desigualdad y la carencia de muchos bienes y servicios básicos”.
Estas agrupaciones juveniles están formadas por hombres y mujeres cuyas edades fluctúan entre los 15 y los 29 años (son los indicadores de juventud que manejan las instancias encargadas de la estadística) e incluso menores.
Ahora hay una mayor participación de las mujeres porque el contenido central de la “bola” ya no es necesariamente la disputa territorial y la violencia, como sí lo fue “todavía en los [primeros años] 2000”, específicamente en la CDMX.
Combos y bolas
Aunque el concepto mismo de pandilla remite en el imaginario social a organizaciones violentas y delictivas, las agrupaciones actuales en la CDMX buscan la integración de jóvenes desfavorecidos y les dan cohesión, pertenencia, seguridad y confianza en espacios donde se enfrentan con amenazas de diverso tipo, insiste el sociólogo Ascensio Martínez.
Eventualmente, los llamados “combos” o “bolas” pueden tener eventos violentos como cualquier agrupación juvenil, pero hay que distinguirlos de los grupos del crimen organizado, explica el especialista en seguridad y violencia en las juventudes.
En los barrios hay grupos de la delincuencia organizada, donde los jóvenes participan activamente en delitos, como la venta de droga. Pero se trata de grupos que no generan vínculos de pertenencia ni un proceso socio-afectivo ni espacios de protección.
Creer que las pandillas son equivalentes a bandas del crimen organizado (que hacen de la violencia su única fuente de cohesión) puede llevar a perder de vista la diversidad que hay en entornos desfavorecidos. Una gran mayoría de las y los jóvenes, por más carencias que sufran, no participan en agrupaciones criminales.
Poco a poco, el concepto de pandilla ha dado paso al establecimiento de un número mayor de grupos asociados a otro tipo de gustos y consumos culturales. Por lo menos en los centros urbanos y en la CDMX.
Son “pequeñas pandillas transgresoras, pequeños grupos de jóvenes no tan organizados, no tan firmemente estructurados como en algunos países de Centroamérica”.
Por eso, propone Ascensio Martínez, ya no hay que hablar tanto de pandillas, sino —como se autodenominan— de “bolitas de jóvenes”, “combos” o grupos de jóvenes, amigos, amigas, como lo hacemos con otros sectores sociales.
La identidad colectiva de los combos se ancla en escuchar música —reggaetón, ‘skate’ o hip-hop—, portar “una indumentaria propia” y seguir ciertos rituales, reglas y sanciones.
El nombre del grupo, que aún llevan algunas agrupaciones juveniles, importa menos que cómo se llaman sus integrantes, como en el caso de Los Crew, dedicados al grafiti.
Reminiscencias de pandillas
Donde todavía hay grupos juveniles con “grandes nombres” (Cacos 13, Los cholos, Los sureños), asociados a pandillas de los Estados Unidos o reminiscencias de ellas, es en algunas zonas del Estado de México (Ciudad Neza y Ecatepec).
También en Querétaro, San Luis Potosí y el norte del país hay agrupaciones similares a las de los años noventa, aunque ya con otro tipo de prácticas o conductas.
Además de pertenecer a la “pandilla”, los integrantes tienen familia y trabajo y llevan su identidad marcada en su cuerpo. Es el caso de Cacos 13, que cuentan con redes sociales y cuyos miembros “ya no son jóvenes”; aunque llevan una forma de vida que remite a “ese imaginario de pandillas” y portan tatuajes, se dedican a reparar autos antiguos, hacen recorridos en motocicletas y andan en la fiesta.
Barrio y resistencia
Con la instauración de centros comunitarios a nivel local (Faros, Utopías y Pilares, por ejemplo), se generaron espacios de participación para las y los jóvenes, no sólo físicos sino también simbólicos (como en el caso del Faro de Oriente y el Circo Volador), donde se les dio voz, así como la posibilidad de explorar sus necesidades y sus gustos, señala Ascensio Martínez.
Que haya habido una gran transformación de las llamadas pandillas juveniles nos permite desestigmatizar a las y los jóvenes de los barrios. Ya no pensar en los barrios como semilleros y nidos de pandillas, sino como lugares y sociedades a escala, pequeñas comunidades donde se generan todo tipo de dinámicas e interacciones con la participación de las y los jóvenes.
Gran parte de la violencia que se vive en el país, advierte Ascensio Martínez, “ya no está vinculada a los enfrentamientos entre las pandillas de antaño, sino a la injerencia de grandes redes de organizaciones criminales orientadas al comercio de estupefacientes. También hay otras modalidades del crimen organizado que fracturan a los barrios, desestructuran a las juventudes y reclutan a las y los jóvenes”.
Los grupos juveniles se resisten contra estos predadores locales, que no sólo roban a las y los jóvenes de los barrios, sino también a otras personas que viven y comercian ahí.
Sin embargo, que las otrora grandes pandillas se hayan diluido en grupos juveniles más pequeños no significa “que no pudieran resurgir en cualquier momento”, precisamente porque el modelo económico, político, social y cultural “muchas veces no necesariamente les permite participar de manera activa. Además, la pandemia de COVID-19 ha acentuado las desigualdades ya existentes”.
Recordemos que las grandes pandillas, señala Ascensio Martínez, surgen en momentos de crisis, en contextos donde las y los jóvenes se enfrentan con fuertes carencias y situaciones de violencia familiar e institucional que siguen estando presentes en muchos entornos urbanos.