César Romero
Obra monumental, o al menos extensa, el libro Legacy of Ashes, ocupa 848 paginas para documentar la historia de la CIA. Es un relato sin ficción, basado en más de 50 mil documentos de archivos oficiales, en el que Tim Weiner nos presenta uno de los capítulos más obscuros de la llamada Pax Americana.
Peculiar lectura de verano –lo acepto–, se trata de un texto que mucho nos dice sobre el ejercicio del poder en un sistema cerrado. Algo que, por desgracia, peligrosamente vigente en estos tiempos interesantes.
En pocas palabras, la obra de Weiner es la crónica de una organización creada para descifrar y combatir a la Unión Soviética y el comunismo alrededor del mundo, pero que fracasó en casi todos sus intentos de exportar la agenda de “seguridad nacional” de Estados Unidos y nunca supo descifrar el enigma al otro lado de la cortina de hierro.
Construida sobre los escombros del SSO –Servicio de Operaciones Especiales–, que protagonizó algunos de los momentos más estúpidos de la Segunda Guerra Mundial, la Agencia Central de Inteligencia nace teniendo como referencia central un dilema moral planteado por sus propios fundadores: “cómo operar un sistema mundial de espionaje y operaciones encubiertas sin convertirse en una nueva Gestapo”.
La respuesta más directa y efectiva es que no lo logró. Al amparo de la obscuridad, la CIA asesinó presidentes, masacró movimientos sociales, espió y conspiró en la lucha política interna de su propio país, realizó infames “experimentos científicos” de “control mental”, torturó, corrompió y –quizás más grave desde un punto de vista práctico–, se equivocó en casi todos sus análisis y malogró la abrumadora mayoría de sus operaciones encubiertas.
El recuento de Weiner desvela cómo, casi al momento mismo que se rompió la alianza bélica entre José Stalin y Harry Truman, una peculiar colección de ambiciosos egresados de las mejores universidades, políticos tramposos y financieros enloquecidos protagonizaron una desordenada ofensiva de acciones clandestinas en contra el “comunismo internacional”. Ocupados en financiar, armar, reclutar, corromper y asesinar a enemigos reales e imaginarios alrededor del mundo, nunca fueron capaces de ganarse, siquiera, la confianza del propio aparato militar estadounidense.
Especialista en no darse cuenta de los grandes sucesos históricos, o de plano negarlos –Pearl Harbor, Corea, Hungría, Checoeslovaquia, Angola, Vietnam, Nicaragua, Irán, Chile, Irak, Afganistán y un muy extenso etcétera–, la CIA que Weiner relata siempre parece tener como su principal prioridad el tratar de esconder sus múltiples fracasos y horrores, para lo cual no tiene problema alguno en mentirle al presidente en turno.
Es en ese océano de secretos y mentiras que la agencia ha operado durante las últimas ocho décadas. Eso o, peor aún, desempeñándose como una especie de “policía secreta” al servicio de los intereses más retrógrados, domésticos y/o extranjeros.
El de Weiner es un relato fascinante –mereció el National Book Award en 2007. Me quedo con las escenas de los hermanos Kennedy –John, presidente y Robert, procurador general–, conspirando para asesinar a Fidel Castro y otros líderes políticos, o con la del hoy centenario Henry Kissinger dirigiendo, desde las sombras, la orquesta fascista contra Salvador Allende.
El libro no es propiamente una novedad editorial –se publicó hace 16 años–, pero decidí compartirlo aquí por una muy simple razón: por su asombrosa actualidad. Sobre todo, en lo que hace al tema de las luchas intestinas —inside The Beltway– en Washington, D.C., y el enorme peso que tiene la propaganda –“la lucha por las narrativas”, se le dice ahora–, en cualquier disputa por el poder.
Más preocupada por intentar ocultar, con montañas de mentiras y artimañas de todo tipo, sus gigantescos tropiezos que por generar inteligencia real, la CIA ha peleado sus batallas más importantes hacia el interior de las entrañas del establishment estadounidense. Y ahí también las ha perdido.
Si algo nos revelan la historia reciente de la cruzada contra el narcotráfico –sea la cocaína de Pablo Escobar, la mariguana de Caro Quintero o el fentanilo chino/mexicano–, o las disputas ideológicas por las por las audiencias globales, es la importancia que tienen la información verdadera, la transparencia y la rendición de cuentas. Algo que, casi por definición, es imposible encontrar en los sistemas cerrados de poder.