Se escuchaban los gemidos sexuales de Madona a todo volumen en todos los rincones de discoteca Christine de Puerto Vallarta. Estrenado mundialmente tres semanas antes en Nueva York, el disco Eróticafue el marco sonoro de una de las primeras batallas en la narco-guerra que hundió a México.
Todo ocurrió a eso de 02:30 horas de la noche del sábado 7 al domingo 8 de noviembre de 1992. La historia es harto conocida para los fans del tema. Para vengar el asesinato de su familia, el Güero Palma intentó matar a los hermanos Francisco y Ramón Arellano Félix. En represalia éstos trataron de quitarle la vida al Chapo Guzmán. Con un largo etcétera de cientos de miles de cadáveres.
La masacre del Christine detonó la publicación (revista Época) de la primera radiografía de la estructura del narcotráfico en México. Procesotitulo así su reportaje sobre el tema: “La matanza de Vallarta con precisión militar; se salvaron dos sobrinos de Félix Gallardo”.
Hasta entonces las balaceras entre criminales eran, generalmente, material para la nota roja de los periódicos. Los relatos de los testigos, sobre todo turistas y huéspedes del hotel Kristal, describen la escena ya clásica en el cine y las narco-series: unas 300 personas gritando y buscando refugio ante un enfrentamiento entre varias decenas de individuos vestidos de negro que, en perfecta sincronía disparan armas de alto poder contra el grupo de jóvenes que se divertían en la mesa de las mujeres más atractivas y las botellas más caras.
A pesar de que el intento de ejecución fracasó, la manera en que llegó y salió del lugar el comando asesino — en completo orden y con total impunidad– fue quizás la principal revelación de esa noche.
Pocos años después, en la Embajada de México en Washington, el Procurador General de la República, reconoció que los protagonistas de dicho operativo formaban parte de un grupo conocido como “Los Arbolitos”.
–Los Arbolitos eran gente de general Jesús Gutiérrez Rebollo –dijo el procurador Rafael Macedo de la Concha.
Se trataba de soldados en activo al mando de quien llegó a ser el célebre zar antidrogas mexicano, aquel militar que fue aplaudido por el gobierno de Estados Unidos hasta que, desde México se reveló sus vínculos con Amado Carrillo Fuentes.
Reconocido entonces y después documentado en diversos expedientes judiciales, el involucramiento de soldados en actividades criminales no ha ninguna sorpresa durante las varias décadas de narco guerra en el país. Siendo el boom de los zetas el mejor botón de muestra.
De la casaca militar que le quedaba grande al presidente Calderón a los eufóricos reportes que le hacían las fuerzas de élite de la Marina sobre los operativos para “dar de baja”de algún conocido narcotraficante, la presencia militar en el tema de la seguridad ha sido una constante. Seguramente necesaria y, ahora, legalmente justificada.
Hoy que el nuevo gobierno apuesta todo su capital a que los militares serán el motor que traiga la paz de vuelta, me parece que la moraleja debería ser bastante clara: pensar que un uniforme genera inmunidad contra el contagio del dinero sucio y la corrupción podría calificarse, por decir lo menos, de suprema ingenuidad.