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Los “Zapatos” a 30 años

César Romero

Justo en estas fechas, pero hace 30 años, llegaron a San Cristóbal de las Casas una avanzada de Manuel Camacho Solís y algunos reporteros. Había que preparar, para el sábado 1 de enero de 1994, el lanzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

A pesar de que meses atrás el tema ya era ampliamente conocido –se había publicado meses antes como nota principal en la contraportada de La Jornada–, la “noticia” fue espectacular: al frente de un amplio grupo de indígenas (mal) armados surgía un movimiento insurgente que le declaraba la guerra al gobierno mexicano y su “ejército federal”.

Mientras, Carlos Salinas celebraba el Año Nuevo en Acapulco y el primer día de operación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y su sucesor, Luis Donaldo Colosio, preparaba su campaña presidencial.

Las primeras reacciones del Estado atribuían la “autoría intelectual” del levantamiento rebelde a fuerzas obscuras del crimen organizado; documentaban con todo detalle un gran complot internacional destinado a separar medio estado de Chiapas del resto del país para construir una nación centroamericana artificial –“como en Oriente Medio”– y apoderarse así de sus inmensos recursos naturales: uranio, petróleo, agua.

Contundente, Octavio Paz aseguró que se trataba “de los restos del naufragio” del marxismo leninista.

Una pausa obligada: estamos apenas a unos años del derrumbe soviético. El “consenso de Washington” (Reagan-Thatcher y hasta Salinas de Gortari) y “El fin de la Historia” de Francis Fukuyama eran “la neta”.

En ese primer momento parecía que el sub-comandante Insurgente Marcos era un personaje menor, de reparto, no merecedor de la instantánea fama mundial.  Así lo decían el gran Carlos Monsiváis, Jorge Castañeda y, siguiéndolos, su humilde servidor. Moraleja: no entendíamos nada.

Capaces de reinventarse, los encapuchados de la selva –debajo del pasamontaña el calor debe haber sido espantoso– surgieron con un resonante “Ya Basta” al racismo y la ancestral discriminación contra los pueblos indígenas; luego alzaron las banderas de la democracia y, después una peculiar agenda global contra el neoliberalismo en la que todo cabe.

Personalmente me quedo con el primer EZLN, profundamente permeado por el pensamiento de un “cristianismo radical” del Obispo Samuel Ruíz. Y del lenguaje visual, con las primeras imágenes de los “diálogos de la Catedral –Camacho agarrándose de una bandera de México levantada por los encapuchados–, versus la de los cadáveres de algunos zapatistas y a unos rifles de madera tirados a su lado. Cuestión de autenticidad.

Obvio: la historia de los “zapatos”, como se les conoce en algunos círculos de análisis sobre el tema, es complejo y plagado de contradicciones: sus vínculos con la ambición política del propio Camacho, el tenebroso caso del “comandante Germán”; los enjuagues de los operadores de Ernesto Zedillo con los “mensajeros secretos” del EZLN; su siempre ríspida relación con el Obradorismo, o   el rol del Alto Clero en todo el conflicto, por ejemplo.

A treinta años vendrán los homenajes –la más reciente edición de la Revista de la Universidad de México es un excelente ejemplo– y hoy que el propio EZLN se dice al filo del abismo como consecuencia del avance de la narcopolítica, reconozco el rol de “héroe anónimo” de Rafael Sebastián Guillén Vicente, el rostro detrás del pasamontaña de Marcos/Galeano. El personaje le ganó a la persona. Bien por él. Por ambos.

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