Por Vidal Romero
Son ya varios meses en que el tema de la reforma educativa está en las primeras planas de los periódicos, con más episodios de conflicto que de éxito para mejorar la educación en México. Es una de las reformas que determinarán el lugar en la historia del Presidente Peña Nieto y, mucho más importante aún, el futuro de muchos mexicanos.
Si bien el conflicto tiene muchas aristas y dimensiones, en suma podríamos resumirlo en un grupo minoritario—pero con mucha fuerza en algunos estados de México—que se opone a cuestiones fundamentales de la nueva reforma, especialmente a dos: al sistema de evaluación a los maestros, con base en el cual serán, o no, promovidos; y también se oponen a la remoción de facultades e influencia del sindicato de maestros para contratar y promover docentes.
El conflicto entre maestros y gobierno es añejo. En los últimos años parecía ya una obra de teatro predecible y ofensiva: cerca de la fecha de renegociación de las condiciones laborales, los maestros tomaban plazas, carreteras y marchaban en las capitales de sus estados y algunos en la Ciudad de México; el gobierno resistía tímidamente y finalmente accedía a muchas de las demandas de los maestros y de sus líderes. Cabe notar que entre las demandas usualmente no había ninguna para mejorar la educación de los estudiantes, que debiera ser el fin del sistema educativo público.
La reforma educativa pretende acabar con esta dinámica nefasta y con los privilegios del sindicato de maestros, especialmente de sus líderes. Por ello existe tanta resistencia en ciertos grupos.
La parte de los maestros que activamente se opone a la reforma, la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación) tiene fuertes bases en Michoacán, Oaxaca y Guerrero, y considera a una minoría de los profesores.
No es casualidad que sea en estos estados en los que se concentren las protestas. Son parte de los estados con las localidades más pobres de todo el país. También son de los estados con el peor desempeño educativo. Y son de los estados con gobiernos más ineficaces e ineficientes. La relación entre estas variables vuelve aún más trágica la resistencia a implementar cambios en el sistema educativo.
La (buena) educación es uno de los principales medios para la movilidad social. En contextos en los que no existe capital suficiente para invertir y generar excedentes para incrementar la riqueza y el bienestar de los individuos, prácticamente la única salida viable es la educación. Pero la pobreza no es aleatoria, se presente precisamente en contextos de baja educación, porque los individuos no tienen suficientes habilidades adquiridas para ubicarse en buenos puestos en el mercado laboral. Y la mala educación tampoco es aleatoria, esta se presenta donde existen gobiernos incapaces, corruptos, y que solapan por conveniencia el mal desempeño de los docentes y trabajadores del sistema educativo.
Entonces, no es sorpresa que sean los maestros que peores cuentas han rendido a los mexicanos al desempeñar sus labores quienes estén protestando. Y lo seguirán haciendo hasta que sus recursos se agoten. El costo para ellos de intentar integrarse a un sistema educativo con mejores reglas para los estudiantes, a costa de sus privilegios individuales, es muy alto.
Mal haría el gobierno en acceder a las demandas de la CNTE, sería un retroceso para el sistema educativo. Y tampoco es obvio el beneficio político para el gobierno priista de modificar la reforma educativa, la CNTE simpatiza abiertamente con Andrés Manuel López Obrador y su partido Morena. Sería un signo claro de debilidad del Estado, pero quizá efectivamente sea débil, veremos.