Tan claro como el momento de la última invasión militar de Estados Unidos (1914), México enfrenta un momento histórico de grandes definiciones. Mucho menos dividido y ensangrentado que durante la Revolución, el vecino del sur enfrenta hoy una doble amenaza que, a diferencia de entonces, no marcan un camino claro hacia adelante.
Por un lado, esa parte de la economía que se ha integrado bastante bien a la globalización y crece a ritmos equivalentes a los de China (sobre todo en algunos estados del centro y occidente del país) enfrenta la abierta amenaza de la derogación del del Tratado del Libre Comercio.
Por otro lado, el México popular, el que se mantiene en la economía informal, la agricultura de autoconsumo y sobreviven de las remesas de sus familiares que se fueron al norte, tiene frente a sí el desplante inútil del muro de Trump y un muy probable ataque racista y xenófobo contra la comunidad Latina.
Cuando las tropas yanquis llegaron al puerto de Veracruz, la gran mayoría de las fuerzas revolucionarias se unieron al llamado a defender la patria y soberanía nacional. Ahora, en contraste, el propio gobierno no ha logrado siquiera conectar su rectoría para atender la doble amenaza que viene del norte.
Mientras los intereses económicos ligados al libre comercio siguen paralizados de miedo, la cancillería ofrece lo más elemental y que, además, nunca ha cumplido: que sus consulados contesten el teléfono.
La desconexión profunda entre la red consular mexicana y sus comunidades podría llevar a una oportunidad perdida en esta nueva encrucijada de la historia binacional.