Pocos temas más relevantes y más incomprendidos que el de los millones de mexicanos que viven en Estados Unidos. Históricamente ignorado y hasta despreciado por sus élites y sus grandes medios de comunicación –“el tema no es periodísticamente sexy”. Sin embargo, el tema de la migración mexicana hacia “el otro lado” a lo largo del tiempo ha tenido un rol central en la formación del tejido social de ambos países.
Para empezar, muchos de esos “migrantes” realmente no lo son, pues sus antecesores nunca cruzaron la frontera, sino que la frontera los cruzó a ellos. La invasión estadounidense de 1846-47 que provocó la pérdida de la mitad del territorio mexicano desplazó hacia el norte la línea divisoria entre ambos países, pero no borró las profundas raíces culturales de México en grandes regiones del sureste de Estados Unidos.
Hoy, en el atropellado inicio de la era Trump y su intento de Make America White again las amenazas aislacionistas y xenófobas de su nuevo presidente se topa con un obstáculo mucho mayor que su tan publicitado muro, la realidad demográfica de su propio país, donde más de 55 millones de personas de origen Hispano conforman el segmento más dinámico de su economía y que, ocurra lo que ocurra con las deportaciones masivas de los mexicanos, conformarán en pocos años más una tercera parte del total de la población de Estados Unidos.
El hecho de que la migración mexicana sea la tercera o cuarta más importante en la historia de una nación creada por inmigrantes es ya un hecho histórico imposible de revertir. Como ocurrió en el siglo IXX, contra los inmigrantes alemanes, irlandeses, judíos o italianos, hoy se busca canalizar la frustración social en una ira permanente en contra de los Mexicans. Son ellos los “bad hombres”, los “criminales”, “violadores”.
Esa es la parte norte de esta historia. Al sur de la frontera, el cierto sentido, el desafío es incluso mayor.
A contra corriente de las diásporas de otros países con fuerte presencia en el tejido social estadounidense, al menos en la última mitad de siglo, la migración mexicana ha sido menospreciada por los círculos de poder e influencia en su país de origen.
Quizá debido a sus raíces campesinas, con un fuerte ingrediente indígena, los migrantes mexicanos han sido tradicionalmente ignorados por las élites de gobierno e incluso los grandes actores económicos de México.
Pero esa distancia va bastante más allá. Desde el desdén clásico de las clases medias de las grandes ciudades mexicanas que cuando van de compras a algún mall “del otro lado” se quejan de que “quienes peor nos trataron son los pochos, que ni siquiera nos hablaron en español a pesar de su color de piel”, hasta las bromas pesadas en las regiones populares cuando vienen de vacaciones sus primos “que hablan como gabachos”.
Por supuesto detrás de esa distancia está el racismo que existe en México y muchas veces ni siquiera se reconoce. Pero el hecho fundamental es que, como fuerza económica y mercado de trabajo y emprendimiento, el México del Norte (de Laredo y Tijuana hacia arriba), ha superado al México del sur, sobre todo a sus élites.
Hoy que representan, en conjunto con el resto de inmigrantes Latinos, un mercado de consumo anual de más de 1.5 trillones de dólares, los migrantes mexicanos son objeto de atención mediática y política. En su nombre se gastan millones de pesos en campañas de publicidad transmitidas en México, ofreciéndole servicios elementales que, casi siempre, se reducen a la oferta de que, cuando busquen apoyo consular, ahora sí, se les contestará el teléfono.
Aunque por décadas la cantidad de migrantes muertos al intentar cruzar la frontera fue mucho mayor a, por ejemplo, a las personas que perdieron la vida en las guerras del Medio Oriente; a pesar de que la discriminación contra los mexicanos que viven en Estados Unidos es un fenómeno de profundas raíces, no es casual que en México el tema comience a aparecer en medios apenas hace unos 20 años, cuando el Banco Interamericano de Desarrollo le puso atención al fenómeno de las remesas con que nuestros paisanos ayudan económicamente a sus familiares al lado sur de la barda fronteriza.
Cuando las muy americanizadas clases medias y altas mexicanas perciben una amenaza a sus patrones de consumo, cuando la propia élite del poder ven en riesgo el proyecto de modernización económica que el resto del mundo se conoce como globalización y en México se le identificó con el famoso Nafta, es cuando se abre la oportunidad histórica de un acercamiento entre los mexicanos a ambos lados del muro.
Más allá de los desajustes internos y poca madurez de diversas estrellas de la sociedad civil organizada, detrás del supuesto fracaso de las recientes marchas a las que acudieron varias decenas de miles de personas en diversas ciudades mexicanas, está el viejo desprecio del México moderno hacia nuestros hermanos migrantes.
Pero como, en palabras de Borges, “no nos une el amor sino el espanto”, muy probablemente la pesadilla Trump nos abrirá los ojos y tanto por conciencia, como por conveniencia, se presenta la oportunidad de aterrizar aquel slogan que el Presidente Vicente Fox lanzó en su momento y tantas burlas le generó. Aquello de que, juntos, los mexicanos de aquí con los mexicanos de allá, representábamos una enorme fuerza económica y social de 120 millones de personas.
Hechos un tanto circunstanciales, como el colapso de sus audiencias en México que obligó a Televisa a una virtual fusión de sus contenidos con Univisión, seguramente también ayudarán a consolidar una narrativa de México como una nación que va más allá de sus fronteras.
Y si las circunstancias obligan a que el viejo aparato diplomático mexicano deje su clásico rol decorativo para efectivamente hacer equipo con las comunidades Latinas de este país, las posibilidades de avance serán todavía mejores.