“Estados Unidos es un país que se dedica a pecar durante la noche y a perseguir pecadores durante el día”, dijo alguna vez un pensador latinoamericano con relación a la influencia del puritanismo religioso en la sociedad estadounidense.
Michael Cohen fue durante 10 años el abogado personal y uno de los operadores principales del lado oculto de la vida de Donald J. Trump. Pronto irá a la cárcel por encubrir a su jefe, a quien hoy define como “racista”, “tramposo”, “un fraude”. Convicto por sus mentiras en favor de su jefe, Cohen podría convertirse en un peculiar anzuelo para el rescate de la verdad.
En un país cuyo sistema y cultura legal se construye a partir de la idealización de la verdad y la recompensa de la traición entre mafiosos, el testimonio de Cohen ante el congreso puede ser la palanca que lleve al aparato político del Partido Republicano a tomar distancia del inquilino de la Casa Blanca.
Encargado de amenazar a cientos de personas que, por una u otra razón afectaban los intereses del caballero de la cabellera naranja, de sobornar actrices porno para ocultar detalles humillantes sobre la intimidad de su jefe, de proteger las maniobras de Trump con empresarios rusos y el propio fundador de Wiki-leaks en el proceso electoral de 2016, Cohen se ha convertido en una estrella del espectáculo televisivo que rodea las múltiples acusaciones que polarizan la vida política en el mundillo inside the Beltway.
A la espera de las regalías por los libros, especiales de TV y películas que vienen sobre este tan especial momento americano para los que, sin duda, será contratado, el abogado de Trump –como el contador de Al Capone–, es una pieza más en elaborado juego del poder que, más pronto que tarde, dará un nuevo impulso al péndulo de la vida pública del país.