Al escapar de la miseria y la violencia de sus países de origen, más de 1,700 migrantes cruzaron el Mediterráneo donde lo único que encontraron fue la muerte.
Son decenas de miles de seres humanos que huyen del terrorismo, la pobreza y descomposición social que padecen Yemen, Siria e Irak. La mayoría zarpa desde Libia y en los últimos meses sufren lo que el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los derechos Humanos describe como una “una tragedia de proporciones épicas”.
El vertiginoso aumento de muertes en los intentos de llegar a costas italiana son consecuencia directa de la cerrazón y desinterés de quiénes toman las decisiones en la Unión Europea y determinaron cancelar el programa Mare Nostrum de detención y recate que operó durante el año pasado.
“El trabajo policiaco solo no solucionará el problema de la migración irregular. Podría incrementar los riesgos y abusos que enfrentan los migrantes y refugiados”, señalaron los titulares de varios organismos internacionales.
Aún en la lógica de defender sus fronteras en lugar de rescatar a los migrantes y atender las causas de fondo detrás de la migración masiva de miles de personas, los gobiernos de Europa decidieron triplicar su fuerza naval en la zona de mayores hundimientos de las precarias embarcaciones en que los migrantes hacen el viaje desesperado.
Lamentablemente, incluso para quienes lo logran –casi 40.000 que llegaron a las costas europeas en los últimos cuatro meses- el drama no concluye con su llegada al supuesto “mundo civilizado”, pues también ahí son víctimas de un creciente movimiento xenofóbico y de odio.