Pese a que los niños representan más de una cuarta parte de su población (el 26.7 por ciento, según datos de 2015), la Ciudad de México no les ofrece espacios públicos suficientes para jugar y los que tiene suele ubicarlos en sitios remanentes, como camellones o al pie de puentes vehiculares, es decir, en enclaves insalubres y poco agradables, expuso Tuline Gülgönen.
Para la académica, esto se debe a que las autoridades e instituciones capitalinas han reflexionado poco sobre el tema y ello se refleja en su normatividad y políticas públicas, como plantea en el libro Jugar la ciudad, de reciente aparición y donde desarrolló algunas de las inquietudes que le surgieron mientras hacía su posdoctorado en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
“Entonces estudiaba cómo los niños metropolitanos de diferentes zonas y estratos perciben su entorno. A fin de entender mejor el asunto me pareció oportuno invertir la perspectiva y situarme en la contraparte, es decir, en cómo los planificadores urbanos ven a este sector etario, qué programas le destinan y de qué manera se constituye la política para la infancia”.
Bajo dicha premisa nació Jugar la ciudad, publicado en el marco del proyecto anual del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (Cemca) para la cooperación técnica de la Embajada de Francia, en colaboración con el Laboratorio para la Ciudad. “Un aspecto interesante es que cualquier interesado puede consultar este trabajo gratuitamente en línea, en la dirección https://issuu.com/labcdmx/docs/jugarlaciudad”, dijo.
Los niños son actores de la ciudad y tienen derechos; sin embargo, esto suele ser obviado tanto por la autoridad como por sus familias, las cuales, en aras de protegerlos, suelen enclaustrarlos en sus casas en vez de darles acceso a espacios públicos donde puedan entregarse al juego, una actividad crucial para su bienestar físico y mental, agregó la investigadora asociada del Cemca.
El derecho al juego
Para los niños, el derecho al juego es tan importante como el derecho a la salud y a la educación, pues éste representa la esencia misma de la infancia e incluso ayuda a que los pequeños desarrollen aptitudes sociales, pues además de integrarlos con personas de su edad, les enseña reglas básicas de convivencia, explicó Gülgönen.
“De ahí que la vigilancia excesiva resulte contraproducente, pues muchos padres, para no exponer a sus pequeños a riesgos, daños o caídas, los confinan a entornos privados o, en su defecto, a recintos enrejados y les impiden así experimentar”.
Al respecto, la doctora por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM señaló que existen dos tipos de derechos, los ligados a la protección y aquellos vinculados a la autonomía, “y el que tiene que ver con el juego cae en la última categoría, de ahí su importancia para conformar la personalidad de los infantes”, subrayó.
“Así, la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989 establece en su artículo 31 el llamado Derecho al Juego, el Esparcimiento y el Descanso. Como ésta fue ratificada por México en 1990, el país tiene el compromiso de incorporar en su legislación lo estipulado en el tratado”, añadió.
Por ello, desde esa fecha la CDMX ha creado más espacios para jugar, pero bajo una lógica más cuantitativa que cualitativa, pues aunque el número de estos sitios ha aumentado, se reflexiona muy poco sobre los mismos, pues su diseño aún se constriñe a una visión prefigurada de lo que debe ser la infancia y, a partir de ello, instala sólo cierto mobiliario y descuida otros aspectos, como la sombra y vegetación que debería haber en estos entornos a fin de hacerlos acogedores, o no contempla qué tan accesibles son para un peatón.
Para finalizar, la académica señaló que es preciso abandonar ideas preconcebidas que sólo recurren a la fórmula de instalar resbaladillas y otros juegos de plástico.
“Al fin de cuentas, cuando los pequeños encuentran un lugar propicio para ellos se apropian de él, como vemos en la Plaza de la Revolución, donde se divierten con los surtidores de agua, o incluso en las Islas de Ciudad Universitaria, donde aprovechan los montículos y áreas verdes para dar rienda suelta a su imaginación. Ambos son espacios que permiten el juego libre justo por eso, porque no se ciñen a diseños específicos”.