César Romero
Aunque se trate de la misma película –la eterna batalla de buenos contra malos–, de todos modos, la vemos. Montado en su caballo blanco y con sombrero del mismo color, nuestro héroe — guapo y noble– siempre termina por derrotar al villano: feo, malo y vestido de negro.
No hay que ser un genio para reconocer que buena parte del éxito de la trama del western clásico radica, justamente, en que se trata de una misma fórmula que aceptamos consumir una vez y la otra, también. Es decir, desde un principio de la historia ya sabemos cuál será el final. Lo mismo podemos decir del juicio contra Genaro García Luna.
Con muy pequeños cambios, el guion del proceso llevado a cabo en una corte federal de Nueva York y que lo declaró culpable de participar en el tráfico de 50 toneladas de cocaína colombiana de México hacia Estados Unidos y así favorecer a una organización criminal especifica –el cártel de Sinaloa–, es el mismo que se construyó contra el gobierno de Miguel de la Madrid, el de Carlos Salinas y prácticamente todas las administraciones mexicanas del último medio siglo.
Esta vez el malo del cuento es el ingeniero mecánico de la UAM que comenzó su carrera en el aparato de espionaje del gobierno, fue el principal constructor de la Agencia Federal de Investigaciones, el “FBI mexicano” –bajo su mando paso de ser una fuerza 7,000 elementos a un virtual ejército de 40,000– y, sobre todo, fue durante casi una década el policía mexicano favorito de las grandes agencias de “inteligencia” y de combate al narcotráfico de Estados Unidos.
Es la misma película. Esta vez el villano se apellida García Luna, pero bien podría ser la historia del general Jesús Gutiérrez Rebollo, la del gobernador Mario Villanueva, el subprocurador Mario Ruiz Massieu, o la del general Salvador Cienfuegos. Por no citar a los otros políticos y o “grandes capos” como el Chapo Guzmán, Juan García Abrego, Osiel Cárdenas. Y ni hablar de los presidentes Antonio Noriega (Panamá) o Ernesto Samper (Colombia), quienes, en su turno, sufrieron las consecuencias del juego de tronos de Washington, DC.
Hay detalles diferentes – como en las telenovelas o westerns–, pero en la película que nos dejamos contar, hay elementos que invariablemente se repiten:
- Los héroes siempre son valientes y honestos policías, políticos y jueces estadounidenses. Aunque con frecuencia representen a los mismos intereses que alguna vez abrazaron y financiaron a quienes hoy condenan.
- Y, sobre todo: siempre-siempre, haya caído quien haya caído –de Al Capone a la fecha –, el negocio criminal sigue prosperando. En el caso del narcotráfico, dejando en el sur, un claro rastro de violencia y sangre. Y en el norte, de complicidad y muerte por sobredosis.
Sabíamos ya que los juicios en Estados Unidos son, por encima de todo, un espectáculo. Una especie de fábula para contarse, a sí mismos y al mundo, el cuento de que la justicia siempre alcanza a los criminales.
Sabíamos ya que en el caso de García Luna –en la misma pista del proceso contra El Chapo y el caso abortado “por razones de seguridad nacional”, contra del secretario de la Defensa de Enrique Peña Nieto–, el objetivo final nunca iba a ser desvelar la brutal disputa por el poder entre la CIA, DEA, FBI y las otras burocracias mafiosas al interior del sistema de justicia americano.
Mientras se siga pretendiendo que detrás de los grandes crímenes hay solamente individuos malvados y no todo un sistema de complicidades internacionales que, en el caso del narcotráfico, conforman enormes redes de una economía en perfecta sincronía con las leyes del mercado, juicios como el del alfil del presidente Felipe Calderón no dejarán de ser, si acaso, material digno de una nueva aventura de El Libro Vaquero, o de Netflix.
Es probable que García Luna, de 54 años, sea condenado a prisión perpetua. Quizás sus viejas complicidades y/o sus silencios le permitan comprar una condena que lo deje llegar a la vejez en libertad. Habrá mucho ruido sobre todo el “sistema” que lo cobijaba, pero poca duda tengo de que, para decirlo a tono con el coro que hoy celebra, más pronto que tarde “los lobos de hoy se convertirán en los corderos del mañana”.