César Romero
El genio de la manipulación y el oportunismo está de vuelta. Acostumbrado al escándalo, en incluso al ridículo, enfrenta el mayor desafío de su vida: quitarse la etiqueta de perdedor profesional.
En su nuevo intento por regresar a la Casa Blanca, Donald J. Trump recicla la retórica supremacista y nativista que lo llevó a la presidencia de Estados Unidos en 2016. Está de vuelta, armado con más de 100 millones de dólares de fondos pre-campaña y la burda mentira de que hace dos años fue víctima de un fraude electoral.
En el mundo convulso de hoy nada más peligroso que desestimar el enorme peligro que este personaje representa para la democracia americana e, incluso para la estabilidad internacional. A estas alturas de la vida sería más que ingenuo el suponer que detrás de su nuevo intento por arrebatarle la candidatura presidencial al Partido Republicano está solamente el intento de “blindarse” políticamente ante el torrente de denuncias penales en su contra.
A casi un siglo del ascenso del fascismo y nazismo en Europa resulta más necesario que nunca desvelar las raíces autoritarias y despóticas de la extrema derecha estadounidense. La misma ultra americana que durante la segunda guerra mundial promovió, desde importantes posiciones el poder, la agenda de Adolf Hitler.
Así como lo documenta Rachel Maddow en su podcast Ultra, un extraordinario reportaje sobre el Christian Front, un frente anti-semita que entre 1938 y 1940 utilizó la bandera del “America First” y el “Make America Great Again”, para construir una conspiración de extremistas de alto nivel –incluía senadores, congresistas y predicadores religiosos, pagados por Berlín—para provocar un estallido social que terminaría con un golpe nazista en America.
Que el fenómeno Trump es más síntoma que causa es algo que ya sabíamos. Lo que sigue sorprendiendo es su capacidad para abrir la Caja de Pandora de los peores prejuicios de la historia de su país y capitalizar la frustración de amplios segmentos de la sociedad en torno a una agenda mediática de racismo y misoginia.
Especie de caricatura del oligarca moderno—, esta vez el expresidente enfrenta un nuevo muro: las palabras lapidarias del magnate Rupert Murdoch, quien lo ha retrata a la perfección con una sola palabra: “perdedor”. Pues no solamente ha perdido dos veces el voto popular, sino que en las recientes elecciones intermedias arrastró a la derrota a una buena cantidad de sus clones republicanos.
“Perdedor”, pareciera poca cosa ante su evidente condición de evasor fiscal, presunto violador, vulgar acosador y estafador, pero en un país como Estados Unidos pocos rasgos más radioactivos que el de “Sore loser”.
Del análisis frio del desastre acumulado durante sus cuatro años como inquilino de la Casa Blanca –el millón de muertes por Covid, sus romances con los peores tiranos, el brutal crecimiento de la desigualdad económica y su permanente torrente de mentiras e insultos–, lo sensato sería suponer que Mr. Trump volverá a fracasar. De no ser porque estos tiempos interesantes parecen cualquier cosa, menos de sensatez.
Además, el poco brillo mediático de Joe Biden no ayuda demasiado a la causa del Partido Demócrata. Y si bien la inminente elección especial para el escaño vacante en Georgia apunta como una especie de mini referéndum sobre el hipotético regreso de Trump, es de esperarse que, con su vuelta a Twitter, Trump recuperará pronto su capacidad de autopromocionarse.
Es cierto que todavía falta mucho, 23 meses, para la elección presidencial. Pero la dinámica de la confrontación difícilmente cederá y ante un sistema electoral diseñado para el 50/50, los ciudadanos estadounidenses ¿se volverán a equivocar?