Seamos realistas: el señor Donal J. Trump sí tiene posibilidades reales de convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos.
Por Oscar Luna
En un mundo ideal, o incluso en casi cualquier escenario sensato, sería imposible que un personaje como Donald J. Trump logre ganar las elecciones presidenciales del próximo mes. Y sin embargo…
Síntoma de los niveles de fastidio social de nuestro tiempo, de los reacomodos en las placas tectónicas del poder global, Trump ha sabido agitar los peores prejuicios de amplios sectores de la sociedad estadounidense y desde ahí controlar la narrativa mediática para convertirse en una opción de cambio frente a la muy convencional candidatura de Hillary Clinton.
Aunque se eventual triunfo fuera un cambio hacia el vacío, el escenario de un posible triunfo de Trump esta sustentado en tres factores principales, su virtual empate en las encuestas con la abanderada demócrata, un sistema electoral que premia la popularidad mediática como la virtud suprema y el hecho de que tiene la capacidad personal de gastar los cientos de millones de dólares necesarios para inclinar la balanza publicitaria a su favor.
Hillary Clinton es, con mucho, la persona mejor capacitada para ocupar la Casa Blanca en este momento. Nadie se atreve a cuestionar que es una figura con la determinación y capacidad para comandar el formidable aparato militar estadounidense. Su mano dura para negociar esta plenamente acreditado en la gran mayoría de sus más de 130 viajes de trabajo al extranjero. Sus credenciales como la abanderada del ala izquierda de la Casa Blanca durante los años de prosperidad económica sin parangón del mandato de su esposo, la perfilan como la mejor opción para atender el problema estructural de la inequidad. En el tema de igualdad de género, obviamente es la mejor carta posible. Y sin embargo… como candidata claramente deja mucho que desear.
Más allá de su estado de salud, su histórica relación distante con México y los electores Hispanos o incluso Afroamericanos, el principal problema de la candidatura de Hillary Clinton es que en el terreno del espectáculo, el Señor Trump es un verdadero gigante. Comparable por sus desplantes y radicalismo con figuras como Hitler o Mussolini, el candidato del Partido Republicano es, como aquellos, un maestro en el dominio del escenario y manejo de los medios.
Si fuera verdad aquello de que en una contienda cerrada gana el mejor candidato, Hillary se encuentra en serios problemas.
La audaz apuesta del Presidente de México–¿ingenua?–, de abrirle las puertas de Los Pinos al señor Trump es una señal de reconocimiento de que en el mundo de la realpolitik, en las elecciones de Estados Unidos cualquiera puede ganar.
Si bien todavía la candidata del Partido Demócrata parece contar con una importante ventaja en las encuestas seria –las que perfilan preferencias en base al peso electoral ponderado de los distintos estados del país–, es claro que en Estados Unidos el propio sistema electoral está diseñado para favorecer un escenario de fifty-fifty y en el que difícilmente el candidato ganador tiene una ventaja mayor a los 5 puntos sobre su principal contendiente. Y justamente en este proceso las dos candidaturas de Gary Johnson (Partido Libertario) y Jill Stein (Partido Verde), aunque simbólicas, claramente alteran el modelo tradicional.
En el principal modelo bipartidista de las democracias modernas, en un escenario normal, lo más probable sería que frente a las urnas el voto ciudadano independiente termine inclinándose por la “opción confiable” (Hillary) sobre la “alternativa radical” (Trump). El problema es que esta elección es todo, menos normal.
Simplificando un poco, es posible esperar que Trump ganará los debates. La manera en que aplastó y prácticamente borro del mapa a sus contrincantes en las primarias del G.O.P., no auguran nada bueno para Hillary Clinton. Brillante, con una experiencia política muy superior, un excepcional equipo de apoyo –desde Barak Obama hasta Bill Clinton– de primer nivel, ya arriba de un escenario, donde los gestos y desplantes cuentan mucho más que las propuestas, claramente el señor Trump llega como favorito.
La oportunidad de Hillary, sin embargo, radica en su capacidad de motivar una muy amplia participación entre los grupos sociales que tradicionalmente votan poco. Por supuesto, los Latinos en primer lugar. Aunque su fuerza se concentra en las grandes entidades donde los demócratas ganarán de todas maneras las elecciones –California y Nueva York, el voto Hispano en otro grupo de estados puede ser fundamental; entre ellos Colorado, Nuevo México, Florida, Virginia, Wisconsin y Ohio.
Ahí la capacidad que tenga el establishment demócrata, y el propio equipo de campaña de la candidata, de amarrar alianzas con las organizaciones de base de las comunidades hispanas, y sobre todo los grupos pro-inmigrantes, pueden ser fundamentales para inclinar las balanza en el conteo real, el de los votos electorales.
Se trata de un esfuerzo de lo que los operadores electorales llaman “movilización territorial”, que podría contrastar con la falta de unidad en el liderazgo republicano y por ende, cuestionable capacidad de que llegue a las urnas la simpatía por Trump entre el ala extremista de su base social, por ejemplo los segmentos racistas, la gente blanca que vive en la pobreza y con menores niveles de educación, la llamada “white trash”.
De cualquier modo, en este momento, a unas pocas semanas del martes 8 de noviembre, el punto central es muy claro: nada está resulto. El señor Trump sí puede ganar las elecciones. Hillary sola, o incluso arropada por sus poderosos aliados, no puede garantizar una victoria que detenga la ola de odio, intransigencia y frivolidad que el señor Trump representa.
Como quedo plenamente acreditado en la elección presidencial del año 2000, todo puede pasar. Si entonces la Presidencia se definió por apenas 537 votos (de un total de 100 millones), en ésta ocasión es posible que la definición de las elecciones sea también muy cerrada. La apuesta de Trump al mismo tsunami de fastidio social que le dio la victoria al Brexit en Inglaterra, moviliza a la derecha radical en otras partes de Europa y sacude también otras regiones del mundo, no deja demasiado espacio para las celebraciones anticipadas.