Fernando Guzmán Aguilar / Myriam Nuñez
Cuando queremos forzar que las inteligencias artificiales sean iguales a los humanos, los resultados son mucho más pobres que cuando queremos que simplemente hagan alguna tarea
El ser humano ha creado diversos robots humanoides cuya inteligencia artificial les permite realizar actividades mecánicas e incluso simular cierto nivel de conciencia y de sentimientos.
El doctor Carlos Gershenson, investigador del Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas (IIMAS) de la UNAM, habla sobre esas máquinas creadas con características semejantes a las nuestras.
En 1921, el escritor checo Karel Capek acuñó la palabra robot. Ya antes se construían autómatas, muñecos con algún comportamiento muy básico. En 1956, poco después de que se construyeran las primeras computadoras digitales, se empieza a hablar de inteligencia artificial (IA).
Tipos de inteligencia artificial
Para Gershenson hay diferentes tipos de IA o maneras de clasificarla:
- Sistemas de inteligencia artificial en software.
- IA en hardware, que básicamente son robots. Los que tienen formas humanoides son burdas imitaciones de lo que casi cualquier animal puede hacer.
- IA para la representación simbólica del conocimiento y manejo de reglas lógicas.
- IA que usa modelos que se conocen como “conexionistas” y son abstracciones similares a las propiedades que tienen los sistemas nerviosos.
Hay inteligencias artificiales que hacen “cosas para las que nosotros no somos buenos”. Tienen distintas aplicaciones y es difícil decir que una es mejor que la otra, porque cada una es buena para ciertas tareas.
Sin embargo, “cuando queremos forzarlas a que sean iguales a los humanos, los resultados son mucho más pobres que cuando queremos que las máquinas simplemente hagan alguna tarea”.
Las emociones modulan el comportamiento
—Un chabot de Google dijo sentir miedo a la muerte. ¿Es posible que una IA tenga conciencia y sentimientos?
Según qué entendamos por conciencia y sentimientos. Marvin Minsky, considerado uno de los fundadores de la IA por libros como La sociedad de la mente, sostiene:
- La pregunta no es si una máquina inteligente puede tener sentimientos, sino si una máquina puede ser inteligente si no tiene sentimientos.
- Las emociones pueden verse como moduladores de comportamiento, sea en un animal, una persona o en una máquina. Su reacción ante una situación va a depender en parte de su emoción.
Reaccionar de una u otra manera según la emoción es parte de la flexibilidad de la inteligencia. Varias aplicaciones consideran este postulado.
El investigador del IIMAS agrega que, por un lado, simulan emociones en sistemas artificiales; por otro lado, a través de la conversación del “cómputo afectivo”, tratan de detectar emociones de los usuarios para interactuar mejor con ellos.
Imitación de la conciencia
No hay un consenso sobre qué es la conciencia. En general, es tener cierta percepción del entorno. Pero no hay que confundir esa capacidad de sentir —sentir hambre, calor o frío— con la autoconciencia —reflexiono sobre quién soy y qué hago en este mundo—.
La conciencia perceptual “es relativamente más fácil de reproducir, pero la autoconciencia no sólo es más difícil de replicar en sistemas artificiales, sino incluso de definir en humanos”.
La comunidad científica está de acuerdo en que en las respuestas del chatbot de Google LaMDA “no hay conciencia realmente. Simplemente es una imitación”.
Los chatbots, en particular, básicamente generalizan a partir de patrones que detectan en los datos con los cuales los entrenamos.
Están construidos para darnos la impresión de que tienen una conversación útil o interesante, pero no es que haya algo más detrás de eso; no son conscientes.
Distopía y simbiosis
Que inteligencias artificiales o robots podrían dominar el mundo, como sucede en películas de ciencia ficción, más que utopía, es “distópico y no se ve factible”.
Con la tecnología, más que competencia, tenemos una simbiosis. Es decir, cada vez nos hemos vuelto más dependientes de ella. Eso caracteriza a nuestra especie. Dependemos del lenguaje, del fuego, de la electricidad y, cada vez más, de las computadoras, “de todos sus tipos y sabores”.
Esta dependencia va a aumentar, “pero de manera similar, dependen de nosotros y no tienen el propósito de hacer alguna otra cosa que no sea para la cual las construimos”.
Un coche autónomo no tiene por qué dejar de manejar y rebelarse contra su dueño e irse a vivir a la playa o algo así. “No tiene sentido”.
Internet, las computadoras, la IA, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación “nos dan superpoderes”, pero a la vez nos vuelven más dependientes de ellas y estandarizan a nuestra especie.
En cierto sentido, limitan nuestras capacidades e independencia. Frente a tareas que antes cada quien resolvía de manera individual, sin ayuda, ahora “confiamos en las soluciones que pocas compañías producen”.
Acabaremos haciéndolo todo de la misma manera. Esto tiene ventajas y desventajas, pero, al final, aumenta la integración de nuestra especie. Perdemos libertades, pero ganamos cierta seguridad, estabilidad y mucho más conocimiento.
Asistentes automatizados
Siri y Alexa son ejemplos de asistentes automatizados o asistentes personales que son interfases a sistemas de cómputo. Permiten una interacción vía voz, en vez del teclado. Es más cómodo que Alexa ponga mi música favorita, por ejemplo. Aunque a veces no entienden bien la voz.
Si este tipo de asistentes se vuelven más sofisticados, podrían ser un apoyo terapéutico. No sólo asistentes de software, sino también robots, podrían ayudar a una persona con depresión o a niños autistas.
En países como China, que se está convirtiendo en líder mundial en inteligencia artificial, se desarrolla toda esa tecnología, mientras que países como México “sólo somos consumidores”.