Para muchos, es la temporada de escapar del agobio y frenesí de la vida moderna, volando rumbo a una playa con clima cálido, mucha gente, mucha fiesta, más alcohol y parranda.
Para otros, la mayoría, es la temporada de comprar aún más. De mostrar el amor a la familia y a los amigos con regalos, con demasiada frecuencia inútiles y muy lejanos al gusto del ser amado. La historia de las Navidades y los suéteres horribles no es casualidad.
Es, por supuesto, temporada de excesos. Allá en el sur, el enorme puente Guadalupe -Reyes (del 12 de Diciembre, Día de la Virgen de Guadalupe, al 6 de Enero, el Día de los Reyes Magos) es un gran homenaje a la catarsis de una sociedad de desigualdades extremas y un par de generación estancadas entre la frustración económica y frustrados sueños de modernidad y consumismo.
En los tiempos del Papa Francisco, para los católicos del mundo, la Navidad podrá ser un fresco recordatorio de los valores de humildad y solidaridad que un nuevo aniversario del nacimiento del Niño Jesús supuestamente representa.
En un mundo con 230 millones de seres humanos que celebrarán el fin de año fuera del país en que nacieron, muchos de ellos en condiciones de exilio forzado por la guerra y la miseria, ésta Navidad no será una fecha festiva. Tampoco para quienes padecen los estragos cada vez más costosos y devastadores del cambio climático. O para quienes por una razón u otra, deberán pasar la fecha lejos de sus seres queridos.
De cualquier modo, ésta Navidad es también una nueva oportunidad para recuperar los verdaderos valores que la fecha inspira. Más allá de las iglesias y los ritos; más allá de las nuevas modas. Ojalá con un plato cocinado con amor en la mesa, buena compañía y, si no es demasiado pedir, una copa de buen vino también.