César Romero
A sus 92 años de edad, Rupert Murdoch es el rostro más emblemático del periodismo y el negocio de los medios de comunicación en estos tiempos interesantes que nos toca vivir.
El anunció de su retiro de la conducción de Fox, News Corp. –el 21 de septiembre pasado–, que deja en manos de Lachlan, el mayor de sus dos hijos hombres, es una especie de abdicación de uno de los imperios mediáticos más poderosos de la historia.
Con una fortuna personal de más de 21 mil millones de dólares, el personaje nacido en Australia en 1931 no llegó a ser el Media Mogul más rico del mundo, pero probablemente sí el más alcance e influencia ha tenido.
Murdoch es el periodista que publicó los falsificados “Diarios de Hitler”; el editor que persiguió y acosó, hasta su muerte, a la princesa Diana; el empresario de prensa chatarra castigado penalmente por espiar y chantajear celebridades británicas y víctimas inocentes; el mismo que acaba de ser condenado a pagar 787.5 millones de dólares por apoyar el torrente de mentiras con las que Donald Trump intentó robarse la elección presidencial de Estados Unidos.
Personaje fascinante. Del tamaño de Silvio Berlusconi, Michael Bloomberg, Sumner Redstone, Joseph Pulitzer, Frank E. Gannet, Ted Turner, John Malone, o William Randolph Hearst, Murdoch ha sido campeón de una industria en la que, en nombre de la libertad y “el derecho del público a saber” se ha construido castillos de medias verdades, mundos de realidad alternativa y universos completos de manipulación.
Sin detenernos en la reflexión sobre los rasgos típicos de los grandes magnates mediáticos –ególatras, carismáticos, autoritarios y folclóricos–, y sin necesidad de hacer referencia a las versiones tropicalizadas de este tipo de “liderazgos”, resulta evidente que el caso Murdoch es verdaderamente extraordinario.
Hace 70 años dejó la universidad más prestigiosa del mundo (Oxford) para hacerse cargo de un par de periódicos pueblerinos en su tierra natal. A partir una retórica populista, casi siempre cargada a la derecha, que pregona su desprecio a “las élites”, Murdoch supo llegar a la cima de la industria de medios del Reino Unido siguiendo un simple mandato: “We’re here to give the public what they want.”
En la misma línea de los viejos tabloides que, para vender periódicos en las calles, fabricaban escándalos, tragedias y hasta guerras (U. S. vs España; abril-diciembre 1898), en los años 70s Murdoch entró al mercado periodístico estadounidense a través del New York Post, con el que tuvo un importante éxito comercial. Dos décadas después, utilizó la misma fórmula, pero en formato de televisión y en poco más de 5 años Fox News desplazó a CNN como la cadena de noticias con mayores audiencias.
En una abierta apuesta al poder del entretenimiento –de los deportes a la política–, Murdoch convirtió el mundo de las noticias en una muy lucrativa maquinaria de propaganda política.
Siempre orgulloso de su capacidad de entender lo que el hombre común “realmente quiere ver y leer”, Murdoch, como los más grandes y reconocidos periodistas, ciertamente tuvo el talento para armar grandes historias capaces de seducir a públicos enormes.
“King maker” excepcional, Murdoch ha sido, quizás, el principal impulsor del fenómeno Trump. Entregarle el poderoso altavoz de Fox News para promover la calumnia de que Barack Obama no nació en Estados Unidos o que Hillary Clinton mataba niños en el sótano (inexistente) de una pizzería no le impidió, sin embargo, Murdoch que haya sido capaz de mandar al diablo al mismísimo Donald Trump.
A partir de su versión populista de las noticias –alguna vez explicó su éxito editorial con el diagnóstico de que la mayor parte de las audiencias buscaban entretenerse con escenas de acción violenta e imágenes de mujeres exuberantes y en poca ropa– Rupert Murdoch construyó un imperio que le alcanzó en 2007, incluso, para comprar e imponerle su sello personal al Wall Street Journal, uno de los periódicos más importantes del mundo y apenas en 2019 vendió, a Disney Co. casi toda su división de contenido soft por 71 mil millones de dólares (aunque mantuvo sus divisiones de noticias y deportes).
Reconocido y temido por el puño de hierro con que conducía sus empresas y lidiaba con sus subordinados –algo que, por supuesto nunca ocurre al interior de los sultanatos mediáticos alrededor del mundo–, Mr. Murdoch nació en la era del papel y en la era digital supo llegar a la cima en el formato del video. Aunque la fuerza de sus historias no parece tener la misma suerte en las nuevas plataformas.
El mismo ha sido un personaje de alto valor literario. Deja a cargo del negocio al primogénito varón, aunque bajo unas reglas de una peculiar herencia en la que a su muerte dividirá su imperio a partes iguales entre sus cuatros hijos mayores. Esto es, Lachlan Murdoch, Elisabeth Murdoch, James Murdoch y Prudence Murdoch tendrán que ponerse de acuerdo para definir el nuevo rumbo del imperio de su papá. En otras palabras, el espectáculo continuará.