Aunque sea por un momento pensemos como el señor Donald Trump: ¿Una gran mayoría en su propio país lo considera un hazmerreír porque Melania, la espectacular modelo que hoy es su nueva esposa, se niega a tomarle la mano en público? No importa, pues su cuenta de twitter tiene más de 25 millones de seguidores (aunque una cuarta parte de ellos sean huevos).
¿Qué el Papa Francisco hace cara de berrinche al momento de la foto oficial de la visita del clan Trump al pontífice en el Vaticano? No importa, pues Mr. T. sigue firme en su campaña de odio hacia los inmigrantes, su desprecio por el medio ambiente y su veneración al cordero de oro (a.k.a. Capitalismo salvaje).
¿Qué los medios de todo el mundo lo ridiculizan por su desplante de empujar al primer ministro de Montenegro para colocarse en el centro de la foto oficial entre los líderes de la OTAN? No importa, pues de cualquier modo se dio el gusto de reclamar a sus contrapartes su mínima inversión en la industria militar del mundo.
Ridiculizado al extremo luego de completar su primera gira internacional como sucesor del Super Star Barack Obama, en sus propias cuentas el presidente Trump podría declarar victoria en un gran negocio que logró cerrar en su visita a Arabia Saudita. Venderle más de $100 mil millones de dólares en armamento al Jeque Salman bin Abdulaziz al-Saud es, además de un gran negocio (con o sin comisión para el yerno incomodo), un avance espectacular en su cruzada contra el mundo islámico. A aliarse con los jeques árabes, el ala Sunní del mundo islámico (autoritario, xenófobo y misógino), Trump logró poner en la mira a Irán, el mejor representante ala Shia de ese universo de mil millones de personas que comparten su fe en el profeta Mahoma y hoy Trump define simplemente como “terroristas”.
Así, pues, a pesar de todo, no debería sorprendernos que Mr. Trump haya proclamado un éxito su primera gira fuera de Estados Unidos desde su meteórica visita, como candidato, a la casa del presidente de México.