Por Oscar Luna
Podríamos decir que Donald Trump es como la sarna. Pero mejor no, pues sería tanto como ponernos a su nivel. Lo cierto es que el empresario y figura del entretenimiento que encabeza las encuestas para obtener la candidatura del Partido Republicano a la Presidencia de Estados Unidos, ha demostrado ser un personaje contagioso.
Sin ser el primer aspirante a la presidencia en jugar la carta anti-sistema, el nieto de un panadero alemán sí es probablemente quién mejor ha sabido entender qué tanto la democracia de Estados Unidos es un gran espectáculo. Y no solamente por las enormes cantidades de dinero que se canalizan para comprar influencia en la Casa Blanca (después de todo el gobierno estadounidense es un cliente potencial con un presupuesto de poco más de 3 millones de millones de dólares anuales), sino que en sí mismo el viejo arte de la política se ha ido convirtiendo más y más en un asunto de impacto inmediato y concurso de popularidad. Y en ambos terrenos claramente Trump aventaja al resto de sus oponentes al interior del G.O.P.
En un caso más que logró sorprender a los supuestos expertos, el surgimiento del fenómeno Trump es en sí mismo un síntoma del estado de la salud política de su país.
El hecho de que, con base en mentiras, insultos y altas dosis de simplificación y descaro haya logrado controlar la narrativa preelectoral y jalar a casi todos sus contrincantes al juego de satanizar a los inmigrantes, sobre todo a los mexicanos, es ya un hecho con posibles consecuencias políticas de larga duración.
Por un lado, el hacer aún más ancha la brecha entre las minorías étnicas (sobre todo los Latinos) y el bando republicano. Lo cual bien podría representar un suicidio político para dicha organización, o al menos un divorcio tan serio como fue el que se generó en los años 90´s en California luego de la Iniciativa 187 que aunque sirvió para llevar a Pete Wilson a la gubernatura, su partido pagará el costo por décadas y décadas.
También es posible que el contagio de las tesis de Trump en el resto de los candidatos termine por “empoderar” a los grupos de extrema derecha, sobre todo racistas, y les permita expandir su presencia atacando mexicanos, aún a costa de generar descomposición social y serios retrocesos sociales en diversas regiones del país. Fortalecer a esos “crazies” sería un negocio político en el que solamente Trump ganaría, a costa de todo el sistema económico y político del país.
En ese contexto, resulta clara la ineficiencia que la estrategia del avestruz (si se le puede llamar así) seguida hasta ahora por el gobierno de México y otros actores que han sido claramente anulados por el fenómeno Trump.
Por ello, no deja de ser importante tomar nota de la respuesta de la propia Casa Blanca de animar que los 8.8 millones de inmigrantes que se encuentran en condiciones de obtener la ciudadanía estadounidense, justamente la obtengan a la brevedad posible, para sí vencer en las urnas las posiciones del extremismo político que el señor Trump representa.
No deja de ser irónico que Fernando Valenzuela, fuera quién pueda ayudar a curar esa enfermedad llamada Trump. Así es, la Casa Blanca ha nombrado como uno de sus “Embajadores pro ciudadanía” a aquel personaje que en 1981, a sus 20 años de edad salió un ranchito en su natal el Etchohuaquila, Sonora para convertirse, casi de la noche a la mañana, en una de las principales leyendas del mundo del beisbol.