En estos días se cumplen 215 años del nacimiento de Abraham Lincoln, quien es considerado por muchos, como el mejor presidente que ha tenido Estados Unidos en sus, casi, dos siglos y medio como nación independiente.
El paralelismo histórico entre los tiempos interesantes que Lincoln vivió y los actuales es tal que, el periodista Daniel Arjona escribió en el periódico El Mundo:
“Estados Unidos arde, los conflictos políticos y raciales estallan por todas partes y los dos bandos políticos en pugna, cada vez más polarizados, sólo aspiran ya a la liquidación del adversario. Cuando llegan las elecciones presidenciales, el candidato perdedor se niega a reconocer la victoria de su contrincante. Poco después tienen lugar los primeros asaltos a los edificios federales, suenan disparos y explosiones en Washington. La guerra civil ha comenzado.
“Ocurrió en 1861, justo después de que Abraham Lincoln ganara las presidenciales y los estados del Sur no aceptaran el resultado. Y podría repetirse en noviembre de 2024 en el segundo y definitivo enfrentamiento electoral entre Joe Biden y Donald Trump en un país que, como el que se abismó en la Guerra de Secesión, está fracturado entre posiciones políticas tan hostiles como irreconciliables.”
Comparar nuestros tiempos interesantes con el contexto que llevó a la Guerra Civil entre el sur esclavista y el norte industrial es una tentación difícil de evitar. Contrastar a Lincoln, quien llegó a presidente a los 52 años, con los dos vetustos caballeros que este año intentarán quedarse con la Casa Blanca –uno a los 81 y el otro a los 78–, también.
Estados Unidos ha sido un país de grandes personajes. Entre otras razones porque ha vivido grandes historias –su revolución independentista, la mayor expansión industrial del mundo (antes de China), las dos guerras mundiales, el ascenso a su condición imperial (económica y militar), entre muchos otros–, pero ciertamente los cuatro años –1861-1865– de sangrientos enfrentamientos entre las tropas de la Unión y las fuerzas Confederadas ocupan un lugar central en el gran relato Americano.
No tanto por sí mismo –la suya es una historia hasta cierto punto típica de su tiempo: nació en la pobreza, fue básicamente autodidacta y llegó a convertirse en un abogado exitoso; quizá por su apariencia física (más bien feo y desgarbado) mantuvo siempre una timidez casi patológica en su trato con las mujeres y, con frecuencia caía en depresiones profundas–, Abraham Lincoln es un referente obligado para intentar Estados Unidos debido a las circunstancias que lo llevaron a encabezar al bando ganador de la Guerra Civil, la abolición de la esclavitud y su trágica muerte.
Confieso que me cuesta llevar mucho más allá el argumento en paralelo. Después de todo y mientras en México, Benito Juárez defendía la soberanía nacional ante la invasión napoleónica, lo que la Guerra Civil representó fue la definición entre dos modelos económicos, e incluso morales de país. Los estados del Sur que dependían de mano de obra de los esclavos que llegaban de África y la pujante fuerza industrial que despegaba en los estados del Norte.
Fue, en muchos sentidos, una encrucijada de un conflicto de décadas que estalló cuando Lincoln y el naciente Partido Republicano se vio obligado a confrontar a quienes, desde el partido Demócrata, intentaron borrar la “línea de Missouri” (un acuerdo político que limitaba la legalidad de la esclavitud a los estados del sur y al este de ese río) lo cual abría las puertas a su “nacionalización”.
Ante quienes se levantaron en armas por la supuesta amenaza de que reconocer la condición humana de la población negra terminaría por “ensuciar” la “supremacía natural” de la raza blanca, Lincoln opuso la defensa legal de la Declaración de Independencia de 1776:
“…all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the pursuit of Happiness”.
¿Y ahora? ¿Qué es lo que realmente representa la virulenta polarización Americana de este primer cuarto del siglo XXI?
¿La democracia o el autoritarismo? (Biden dixit) ¿El regreso a una grandeza imaginada o la Tercera Guerra Mundial? (Trump dixit).
¿Es la lucha entre un modelo oligárquico contra un supuesto socialismo encubierto? ¿La libertad contra el fascismo? ¿Es acaso una simple (y brutal) disputa entre camarillas?
Aunque quizás, de alguna manera, el de hoy se trate de un dilema similar al de hace 160 años. “Basta con recorrer las carreteras del sur del país para preguntarse quién ganó realmente la guerra civil?”, reflexionaba un veterano corresponsal extranjero en el contexto de Katrina y sus secuelas.
Ciertamente hay diferencias de fondo entre el supremacismo racial de siempre, que hoy se dice amenazado por quienes promueven un capitalismo globalizado, y las visiones más modernas que consideran aceptable la discriminación a partir del dinero y no tanto por factores étnicos o culturales.
Como en aquellos tiempos, hoy también encontramos pasiones desbordadas, mezquindades extremas, falta de talento político y estupidez; mucha estupidez. A quien no vemos es al nuevo Lincoln.