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Un Extraño Enemigo

César Romero

Como reportero tuve la oportunidad de conocer a Fernando Gutiérrez Barrios. Fue en 1994, días después del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Para entonces ya no era “La Leyenda”, que es como Carlos Salinas lo había bautizado cuando lo nombró secretario de Gobernación y operador político para la transición entre “el viejo régimen” y su sueño de modernización “neoliberal”.

Ya fuera del gobierno Fernando atendía, con discreción pero sin descuidar la “liturgia del poder” que tanto le importaba, en una casona en la calle de Pánuco, según recuerdo.

Formado en el sistema de educación pública y egresado de la FCPyS de la UNAM yo ubicaba a Gutiérrez Barrios como uno de los villanos favoritos de amplios sectores de “la izquierda”, aunque en privado había conocido a más de uno que no podía ocultar su admiración y agradecimiento que le tenían.  Seguramente comenzando por Fidel Castro y los suyos, y también muchos “pescaditos”, que es como llamábamos a los dirigentes del Partido Comunista Mexicano.

En lo personal, confieso que encontré a un extraordinario personaje. Ni un reclamo por mi nota que provocó nuestra primera conversación –la crítica más feroz que conocí sobre él: un críptico artículo en el que mis fuentes, del más alto nivel del equipo del presidente, básicamente lo culpaban a él y a lo que representaba, la “nomenklatura” por el asesinato del candidato del PRI a la presidencia de la República.

Excusando mi fascinación por el personaje en mi condición de periodista, en los siguientes años pude conversar con él una docena de veces.  Nunca fue mi “fuente”, pero sí tuve el privilegio de asomarme a su particular visión al sistema político mexicano.

De las múltiples historias que pude escuchar de viva voz, la que más me llego fue cuando, luego de que me atreví a increparlo por todas las acciones cuestionables que yo le atribuía haber cometido a lo largo de su carrera –recuerdo incluso haber hablado de “manos manchadas de sangre” –, simplemente me tomo de un brazo y, mirándome directo a los ojos, me replicó: “fue por México. Todo lo que hicimos fue por México”.

Orgulloso de su conocimiento de la “geografía humana de nuestro país” y ser “el último autodidacta de la política mexicana”, me compartió algunas anécdotas extraordinarias, muchas de ellas las entendí como una especie de fábulas sobre la convulsa realidad de aquellos años.

En ese contexto pude conocer más o menos de cerca a los tres “secretarios particulares “que don Fernando tuvo durante su extensa carrera como policía político y protagonista de la seguridad nacional y solamente uno de ellos le aplicaría yo la condición de “impresentable”. Obviamente, José Antonio Zorrilla Pérez, cuya paternidad política siempre se atribuyeron mutuamente don Fernando y el actual titular de la Comisión Federal de Electricidad.

Todo esto viene a cuento por el impacto que me causo Un Extraño Enemigo, la serie producida por Televisaof all people— que tiene el enorme valor de atreverse a construir un relato sobre uno de los protagonistas de los momentos clave de la historia nacional. Con enorme talento dramático la serie retoma la versión más aceptada sobre las causas profundas del 68 –una perversa obsesión por el poder de Luis Echeverría— a partir de relatar la vida de Fernando Barrientos, una versión caricaturizada de Don Fernando.

La serie me parece formidable. Mis dudas surgen cuando pienso en el rol que la propia televisora tuvo como sustento propagandístico de aquel México de la presidencia imperial. En particular en la audacia de “revelar” o “imaginar” detalles precisos de la vida privada de un personaje como Don Fernando. De la cual, francamente nunca tuve la menor idea.

Contar un México gobernado por un populista, en el que los complots y guerras intestinas entre sus élites pesan más que la represión militar, la violencia de una “guerrilla urbana” que nació infiltrada por las mafias del poder, se convierte en un thriller. Una especie de drama en el cual la rebelión estudiantil de aquellos tiempos es infiltrada y traicionada, tanto por verdaderos monstruos con placa como por atormentados personajes atrapados por las fuerzas anticomunista o antinarcotráfico del Estado. Todo, mientras desde las cloacas de la casa presidencial los egos y la ambición de poder son piezas desechables en el tablero de un juego aún más perverso: el de las propias agencias de espionaje y policiacas de Estados Unidos.

Seguramente es una virtud natural de los relatos de entretenimiento “inspirados en hechos reales” el que puedan ser cuestionados por la honestidad y la posible autenticidad del guion que su “talento” representa ante las cámaras. La tentación de escribir, o re-escribir la “historia verdadera” debe ser grande y en muchos sentidos podríamos considerarla “sana”.  En lo personal prefiero quedarme con mis recuerdos de aquel caballero de “puño de hierro en guante de seda”.

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