Por Constanza Soria
En Estados Unidos una de cada tres mujeres Latinas ha sido víctima de violencia doméstica, para concientizar acerca de este problema de salud pública y derechos humanos en el área metropolitana del Distrito de Columbia, la Coalición de Agencias Latinas contra la Violencia Doméstica se reunieron para dar a conocer cuáles son las acciones que llevan a cabo para erradicarlo, asi como las formas en que brindan apoyo a las víctimas que padecen agresiones tanto físicas como emocionales en este ámbito.
De acuerdo a las estadísticas del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos, cada año, más de 10 millones de mujeres y hombres sufren algún tipo de agresión física por parte de su pareja actual o anterior. Además, se calcula que una de cada cinco mujeres ha sido severamente maltratada físicamente durante su vida.
Tener cifras exactas que revelen la magnitud real de este flagelo no es fácil debido a que muchas personas maltratadas no reportan los incidentes por miedo de ser deportadas. Sin embargo estas víctimas pueden ser elegibles a recibir un estatus legal, solicitando una VISA U.
Dilcia Molina, Coordinadora de la Coalición de Agencias Latinas contra la Violencia de género informó, durante la conferencia de inauguración de los trabajos para crear conciencia de ésta amenaza, que el ser sobreviviente, víctima o testigo de un crimen permite muchas veces hacer ajustes de estatus migratorio.
Los números duros demuestran que un alto porcentaje de las personas que han decidido poner fin a su situación de abuso, desconocen ese dato fundamental.
Desde la década de los 80, octubre es el mes consagrado a la concientización de la violencia doméstica y sus consecuencias para la salud pública y los derechos humanos.
El desconocimiento de las leyes migratorias por parte de las víctimas hace que el agresor pueda esgrimir la vulnerable situación migratoria de las mujeres para mantener su dominio, al amenazarlas con denunciarlas a las autoridades para que sean deportadas, separándolas de sus hijos, que con frecuencia son nacidos en Estados Unidos. Resultado: las víctimas optan por el silencio con tal de no verse separadas de sus hijos.
La historia de Claudia
Claudia nació en Venezuela y llegó a Alexandria, en el estado de Virginia hace 12 años, actualmente tiene ya la residencia, esta casada y tiene una hija de ocho años, ella, como muchas otras mujeres inmigrantes, fue víctima de violencia domestica durante casi una década.
En entrevista, Claudia comprarte su historia con los lectores de También Somos Americanos, “para que ésta no se repita más”.
“Yo conocí a David en un banco, él trabajaba ahí y yo iba con frecuencia a hacer operaciones financieras, después se cambió de trabajo, dejé de verlo y al cabo de algún tiempo lo encontré varias veces en el metro, el hecho nos causó mucha gracia, pensábamos que el destino quería reunirnos, y comenzamos a salir, todo fue muy bien, nos divertíamos, reíamos mucho y decidimos casarnos. Mi madre , mis dos hermanas y otros familiares vinieron a la boda, todo parecía un cuento de hadas, pero sorpresivamente después de ceremonia mi esposo comenzó a cambiar mucho”.
“Cada vez reía menos, estaba con cara seria, en vez de pedir las cosas ordenaba, después comenzó a subir el tono de voz, había gritos y yo estaba muy sorprendida porque estaba descubriendo a un David que no conocía”.
“Así vivimos durante varios años, se endulzó un poquito cuando nació nuestra hija, Anna, hasta que enfermó su mamá y decidió que viniera a vivir con nosotros para que la señora no se quedara sola en su casa.
“Es evidente que las diferencias culturales pueden pesar mucho en una relación , sobre todo cuando intervienen terceros, en este caso la madre y la hermana de mi esposo. Algunas personas malinterpretan la amabilidad con tontería.
“Para que se sintiera más a gusto le dejamos la recámara principal y David y yo nos bajamos a dormir al cuarto de huéspedes, sin embargo era complicado porque Anna tenía cuatro años y despertaba en las noches, cuando vi que la señora se sintió un poco mejor sugerí durante un desayuno que podríamos cambiar las habitaciones.
“¡Tremendo problema! Mi suegra se ofendió terriblemente y me acusó de querer echarla de la casa, mi esposo se volvió a poner agresivo y entonces si recurrió a la violencia física, y la hermana pasaba todas las tardes a comer, para acompañar a su mamá, como si corriera un enorme peligro conmigo.
“Cuando se reunían en mi casa o hablaban por teléfono se referían a mi como la guajira o la arahuaca, pensando que eso me ofendería, sin embargo, más tarde, cuando comencé a enterarme de las distintas manifestaciones de la violencia doméstica me enteré que usar sobrenombres o epítetos es otra forma de agredir, así como las bromas hirientes, ignorar a las personas, culpabilizar, descalificar, ridiculizar, ofender, humillar, intimidar o amenazar y desde luego golpear”.
Efectivamente, la violencia intrafamiliar va ascendiendo y es importante detectar los signos, y la agresión se puede medir.
La Unidad Politécnica de Gestión con Perspectiva de Género, del Instituto Politécnico Nacional (IPN) de México diseñó un material gráfico y didáctico al que nombró Violentómetro (*), esta pensado en forma de regla que permite “visualizar las diferentes manifestaciones de violencia que se encuentran ocultas en la vida cotidiana y que muchas veces se confunden y desconocen”.
El Violentómetro esta pensado para ser, en palabras de sus autores, “una herramienta útil que permite estar alerta…. para atender este tipo de practicas” no solamente en el ámbito familiar sino también en el laboral.
En el caso de Claudia este instrumento hubiese sido muy útil para detectar y reconocer la forma peligrosa en que escalaban las agresiones de su esposo.
Nuestra entrevistada, quien hoy en día se siente muy orgullosa de haber remontado una situación de abuso y violencia familiar que puso en riesgo su vida explica: “esta es mi historia, pero la van a escuchar con mil variaciones, algunas, muy pocas con final feliz, pero en la mayoria de los casos el problema no se resuelve, se administra o es intermitente, y lo más grave es que las personas que estamos inmersas en éste tipo de relaciones de abuso no nos percatamos de ello, no detectamos los primeros signos de alarma al ir creciendo la gravedad de las agresiones, o no lo reconocemos aun cuando ya es insostenible el problema porque no sabes qué hacer, te paralizan los miedos, y hablo en plural porque no es solamente el temor a las represalias físicas, también hay amenazas en el terreno legal, que con un poco de información te das cuenta de que son improcedentes o simplemente ridículas,–mi esposo me amenazaba con denunciarme a las autoridades para que me deportaran no obstante que estabamos casados y mi estancia estaba dentro del marco de la ley,- desde luego me aterraba pensar que me podían sacar del país y que nunca volvería a ver a mi hija que en ese momento tenía cuatro años.”
“Les puedo asegurar que no hay mayor soledad que la de una mujer maltratada, -continúa Claudia- la violencia familiar es un problema de salud pública, pero a nivel personal es devastador, la persona a la que más amas se convierte en el mayor riesgo para tu seguridad física, además de lo que implica a nivel emocional, de proyecto de vida, la idea de fracaso y lo más terrible, sentirte en un callejón sin salida, en el caso de las mujeres que llegamos de otros países, la sitación se agrava por la nula red de protección de familiares o de amistades que te puedan asistir, y sobre todo te sientes muy mal de reconocer lo grave del asunto, y desde luego no todas tenemos el valor de buscar ayuda por lo que implica tan solo mencionarlo”.
Claudia está segura de que si esta situación se hubiese dado en Venezuela hubiera sabido exactamente qué hacer, sin embargo “en un país nuevo, con otras leyes, te sientes muy venerable y desprotegida, sobre todo por el desconocimiento del sistema de justicia y el manejo del idioma, las inmigrantes somos mucho más propensas a ser víctimas de violencia domestica. Sin embargo, hay mucha más ayuda de la que nos imaginamos, hoy en día el problema tal vez no es menor, pero si es mucho mayor la posibilidad de poner fin al abuso y de recuperar tu vida para tí y para tus hijos, yo tomé la decisión de poner un alto a tanto abuso cuando vi el terror reflejado en los ojos de mi hija de cuatro años durante una escena en la que hubo golpes, no quise darle a mi hija ese ejemplo y busqué el apoyo de otras mujeres”, concluyó.
Si necesita ayuda puede contactar a la Coalición de Agencias Latinas en Contra de la Violencia de Género que esta compuesta por agencias de servicios legales, también ofrecen ayuda clínica y refugios.
Si se encuentra en una situación de peligro, llame de inmediato al 911, la policía puede asistirle sin riesgo a la deportación, y sin importar su estatus legal.
La Unidad Politécnica de Gestión con Perspectiva de Género del IPN comparte generosamente el Violentómetro para su diffusion electrónica sin fines de lucro.