El 30 de marzo de 2020 se decretó la emergencia sanitaria en México y, para muchos, ése fue el día en que la música se detuvo, en especial para personas como José Lugo, Ezequiel González y Enrique Camacho, integrantes del grupo Pataki Groove y quienes vivían de tocar jazz por las noches. Hasta ese lunes los tres tenían muchos compromisos por delante: presentaciones en diversos bares, una gira por Guanajuato, Querétaro y Oaxaca, y el lanzamiento de su álbum debut el primero de abril, es decir, dos días antes de la cuarentena.
“Y todo se cayó de golpe. De tener la agenda llena no hay ya nada que anotar en el calendario”, comenta José, quien por la situación debió mudarse fuera de la capital. “Tenía ahorros y he estado viviendo de ellos. Me mudé a Chalco y aquí no hay tanta oferta cultural; por lo mismo se corrió la voz de que toco el saxofón y ya han venido a pedirme clases, pero es difícil mantenerse de eso”.
Enrique —Kike para los amigos— no podría estar más de acuerdo con su compañero de banda, pues desde antes de la pandemia él enseñaba bajo y composición en dos escuelas y de forma privada, y aunque ese salario no lo ha perdido, es muy honesto al respecto: “Sin las tocadas tus ingresos disminuyen casi un 70 por ciento y ya llevamos más de medio año así, sin un foro donde presentarnos”.
A decir de la Secretaría de Economía, en el país hay cerca de 109 mil trabajadores de la música, o al menos ésas eran sus cifras hasta el primer trimestre de 2020 (justo cuando estalló la crisis sanitaria en México), y 79.7 por ciento de ellos laboran en la informalidad. “¿Sabes lo difícil que es afrontar tiempos como estos sin apoyos, un sueldo fijo o seguridad social?”, pregunta José Lugo.
Los integrantes de Pataki Groove han visto a muchos de sus colegas hacer lo impensable para mantenerse a flote, como reclutarse de repartidores para una aplicación de celular, fabricar muebles o dejar ir sus pertenencias más preciadas. “Un amigo mío —recuerda Kike— con un hijo recién nacido tuvo que deshacerse de un bajo japonés SDGR precioso que guardaba cual tesoro, de esos sólo fabricados en los años 90 y después no más. Ese modelo —y usado porque nuevos ya no hay— no lo encuentras por debajo de los 25 mil pesos. Por la necesidad y el mal rato que atravesaba lo malbarató en 14 mil”.
No son buenos tiempos para nadie, agrega Cheke (Ezequiel), a quien abril y la pandemia lo sorprendieron en Centroamérica, pues como estudiante de Piano en la Facultad de Música de la UNAM visitaba la Escuela de Artes Musicales de Costa Rica. “Sólo tuve dos días de clases y, de súbito, todo se canceló y me repatriaron en un vuelo humanitario auspiciado por la Embajada de México. Así acabó ese intercambio académico que, en realidad, nunca alcanzó a despegar”.
Desde el inicio de la crisis sanitaria, ni José, Cheke, Kike o sus demás compañeros (Pataki Groove son siete) se han reunido en físico para ensayar. A veces se mandan clips de audio que cortan, remiendan y masterizan hasta que la melodía y la armonía tienen sentido, aunque todos sienten un gran faltante: el feeling de tocar en vivo.
Un poco por el aburrimiento del encierro y otro tanto por la nostalgia de aquellos días sin distanciamiento social, en las charlas del grupo comenzó a repetirse, y a veces demasiado, lo del álbum no estrenado por culpa del coronavirus. Tras platicarlo largo rato y poner el tema sobre la mesa los siete decidieron hacer algo que pocas bandas debutantes han hecho: lanzar un disco a mitad de una pandemia.
Y fue lo mejor, asegura Cheke, quien dice haber salido de aquel abril tan desafortunado en Costa Rica con algo en claro: “No puedes quedarte a esperar al tiempo ideal para echar a andar tus planes, pues, incluso cuando todo luce perfecto, tus proyectos se pueden caer de la nada. El mejor momento para hacer las cosas es ahora”.
¿Quién me ha robado el mes de abril?
Tener un disco listo para salir el primero de abril y que se declare una alerta sanitaria dos días antes, se siente como estar a un paso de la meta y que cancelen la carrera, plantean los músicos. Ante tal frustración, los miembros de Pataki Groove comenzaron a mover hilos y arreglar el escenario para lanzar su álbum a inicios de octubre, al menos en formato digital; la impresión en físico sigue en suspenso.
“Aquí el necio fui yo”, confiesa Kike, quien se asume como alguien muy impaciente, aunque algo menos que hace años, pues dedicarse a la música le ha enseñado que todo debe ejecutarse sin prisas y en tiempo. “Les dije a todos, ya hicimos el trabajo y tenemos a la gente, el arte y logos, y además les insistí en que el distanciamiento social nos estaba alejando mucho. Retomar planes nos acercó de nuevo”.
El primer álbum de Pataki Groove (el cual se llama como la banda), ya puede escucharse en plataformas como Apple Music, Spotify o Bandcamp, y esperan que cada vez más gente se acerque a su propuesta y no porque planeen hacerse ricos con esto (los streamings se pagan muy mal), sino porque desean dar a conocer a qué suena el jazz compuesto e interpretado por jóvenes mexicanos, o casi, ya que uno de los integrantes es de Colombia.
Según datos de la RIAA (Recording Industry Association of America), en Estados Unidos el 85 por ciento de las ganancias por la música grabada vino del streaming, mientras que las ventas de compactos, vinilos y casetes sigue cayendo en barrena; sin embargo, pese a los miles de millones que esto le genera a las grandes plataformas digitales, éstas sólo le retribuyen pocos centavos a los músicos por cada click en una de sus canciones. Sobre ello Cheke bromea: “Para ponerlo de forma clara, esta dinámica ni a Bad Bunny le conviene”.
Para que Spotify le regrese un dólar a los artistas su canción debe reproducirse unas 230 veces y, para que YouTube haga lo mismo, mil 450, lo que muchos creadores consideran injusto ya que les impide llegar al fin de quincena. Ante las quejas, el multimillonario sueco y cofundador de Spotify, Daniel Ek, le respondió a los inconformes: “Saquen discos con mayor frecuencia y trabajen más”.
A Enrique, el que un magnate le exija maquilar un tema tras otro para llenarse los bolsillos mientras ellos reciben migajas le resulta abusivo; ¡“no te pueden pedir que les entregues música como quien pide hamburguesas!”, dice. Quienes conocen al bajista y le escuchan plantear tal analogía de inmediato entienden lo mucho que le enojan las palabras de Ek, pues Kike, además de componer, es vegetariano.
En muchos lados se le llama ya al 2020 “el año más complicado para los músicos” (ciudades que viven de festivales y tocadas en vivo como Austin, Nueva Orleans y Nashville se han declarado en crisis; los mariachis de Garibaldi han salido a las calles bote en mano pidiendo monedas, y el Met de Nueva York ya canceló sus funciones de este año y las de 2021). Ante esto, los integrantes de Pataki Groove esperan que, al concluir la pandemia, hayamos aprendido algo y se replanteen las condiciones para que los músicos perciban ingresos justos, pues tal y como está todo, las cosas no funcionan.
Por lo pronto, los siete jóvenes esperan que su álbum tenga buena recepción y que, poco a poco, se levanten las restricciones para volver al escenario. Y es que, como dice José, quienes tocan en vivo atraviesan hoy un revés paradójico, ya que mientras en tiempos normales las personas van a un bar o a un foro para oír música y sentirse bien, en momentos de pandemia, cuando estos sitios tienen prohibido congregar a gente, es a los músicos a quienes les va mal.
“Ojalá esto quede atrás pronto para tocar ante público y cuando ese día llegue ¡vaya que eso será motivo de celebración!, y no sólo porque la música sonará de nuevo, sino porque querrá decir que ya no nos dará miedo reunirnos, y porque volveremos a estar juntos”.
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