Michel Olguín Lacunza
En el reino animal hay señales químicas de tipo olfativo, es decir, sustancias químicas volátiles con diversas funciones, como la comunicación, la protección y la búsqueda de alimento. Por ejemplo, hay hormonas sexuales que indican la disposición de hembras o machos para aparearse, dijo Ricardo Reyes Chilpa, investigador del Instituto de Química de la UNAM.
¿Los seres humanos también producen sustancias que atraen al sexo opuesto? De acuerdo con el especialista de la UNAM, es un debate que existe actualmente en la comunidad científica.
En 1959 Peter Karlson y Martin Lüscher acuñaron por primera vez el término feromona, sustancia química volátil que despierta comportamientos innatos, es decir, no aprendidos. Su origen etimológico viene del griego pherein: “llevar o transportar”, y hormon: “estimular”. Entonces, feromona significa “transportar un estímulo”.
Un ejemplo, son las famosas mariposas monarca, en las que el macho posee órganos especializados que secretan feromonas afrodisiacas para atraer a las hembras.
Curiosamente, las feromonas de esta especie se derivan de alcaloides que las mariposas macho ingieren de algunas plantas; estos alcaloides son tóxicos para otro tipo de organismos, como los pájaros; también sirven como defensa a las mariposas, por lo cual las hembras prefieren aparearse con un macho que tiene una alta concentración de feromonas, pues indica que está bien alimentado.
También hay feromonas de rastreo, como las que utilizan las hormigas para hacer sus “caminitos”; cortan “hojitas” y se las llevan a sus nidos para cultivar hongos.
“Hay caminitos de rastreo muy bonitos para que todas las hormigas sepan dónde está la comida; si con el zapato les borramos maliciosamente su rastro no van a saber dónde continuar”. También se puede trazar un rastro artificial con la feromona, que es un pirrol, que las hormigas siguen.
En cambio, las abejas utilizan una sustancia química como alarma ante un depredador: al oler las feromonas se estimula su defensa y se reúnen para agredir al invasor.
En los humanos
En la comunidad científica hay un debate sobre si la especie humana también emite feromonas. Por ejemplo, un gran opositor es el investigador Richard Doty, quien en 2010 publicó El Gran Mito de las Feromonas, libro en el que plantea por qué no es posible.
Por otra parte, Tristam Wyatt, profesor de zoología en la Universidad de Oxford en Inglaterra, publicó en 2015 en la Revista de la Real Sociedad Británica el artículo “La búsqueda de las feromonas humanas: las décadas perdidas y la necesidad de regresar a los principios”.
En él explica que en los humanos podría ser posible la existencia de feromonas, como en otros mamíferos, como cabras y cerdos. Sin embargo, no hay pruebas sólidas a partir de ensayos, añadió el académico universitario.
Para afirmar que existe una feromona se debe mostrar que hay una respuesta fisiológica al olor, aislar e identificar la substancia química, incluso sintetizar las moléculas bioactivas, como en el caso de las hormigas y el rastro que dejan.
Wyatt explicó que en los humanos es más probable encontrar feromonas en las glándulas sebáceas. Por ejemplo, en secreciones producidas por las glándulas de la areola de los pezones de las madres que amamantan a sus bebés. Estas secreciones estimulan la succión innata de cualquier bebé, pues no es una conducta aprendida, sino más bien instintiva.
Wyatt concluye sobre los estudios actuales más sólidos de feromonas en humanos: “Como ven, no tiene mucho que ver con la cuestión sexual, sino que se relaciona con la alimentación, en este caso de los bebés.”
“Lo que sí está muy bien demostrado es el papel de las feromonas en insectos, por ejemplo, en las hormigas a través del rastreo para encontrar su comida”, finaliza el investigador universitario.