Michel Olguín Lacunza
¿Te has preguntado por qué algunas personas son siempre delgadas o corpulentas? ¿Serán así por naturaleza? o ¿será la alimentación y la vida cotidiana?
Al respecto hay varias teorías, pero la respuesta científica la explica Alberto Manuel Ángeles Castellanos, jefe del Departamento de Anatomía de la Facultad de Medicina de la UNAM.
Existen dos tipos genéticos de obesidad, explicó el académico universitario. El primero es conocido como obesidad monogénica, una forma severa de sobrepeso que inicia temprano en los niños.
En este caso, un solo gen puede generar una complicación que podría poner en riesgo la salud porque la obesidad es mucho más severa, explicó Ángeles Castellanos.
El segundo tipo de obesidad es más común, se conoce como poligénico y es cuando catorce genes están involucrado en su desarrollo. Este tipo de obesidad es la que más se ha estudiado.
En este caso, no necesariamente ocurre una alteración en los catorce genes pues puede ser en tres o cuatro. “Lo interesante es que al menos once se relacionan con el sistema nervioso central, en específico con el hipotálamo”.
De tal manera que cuando en una persona hay una alteración en estos genes, tiene una mayor probabilidad o susceptibilidad de ser obesa. Sin embargo, esto no implica que vaya a desarrollar la obesidad.
También existen los genes para ser flaco, y esto no implica que los individuos vayan a ser siempre así. “Poseer estos genes o los de obesidad no es garantía de tener esa condición física”.
Esto depende del ambiente en donde se encuentra la persona. Por ejemplo, el acceso que tiene a la comida rápida, las altas grasas y los carbohidratos. También es importante el ejercicio que realiza para mantener un equilibrio entre lo que come y lo que gasta.
De tal manera que la genética es importante, pero también se requiere un estímulo medio ambiental, añadió Ángeles Castellanos.
Antecedentes
En 1962 James Neel publicó un estudio llamado la Teoría del Gen Ahorrador. En la antigüedad la humanidad no tenía la comida disponible como hoy, y cuando los cazadores lograban atrapar un mamut comían y comían y luego pasaban mucho tiempo sin comer.
En esos días sin comer, el organismo humano tenía la capacidad de acumular energía a través de un gen, y así se mantenían vivos. Esa hipótesis se mantuvo hasta finales de la década de 1980, cuando se descubrieron algunas contradicciones.
Sin embargo, ya se ponía en antecedente la participación de los genes en el desarrollo de la obesidad, y a partir de la década de 1990 se han hecho estudios para descifrar por completo el genoma humano.
Existen varios factores en la herencia genética. Por ejemplo, personas cuyo padre o madre u otro familiar es diabético, no necesariamente van a desarrollar la enfermedad.
Esto depende no sólo de la carga genética sino también de su estilo de vida. Es decir, si tienen una buena alimentación (baja en carbohidratos y alta en fibras) y realizan ejercicio será muy difícil que desarrollen la enfermedad.
Pero, si llega el estímulo para la obesidad, es muy probable que la diabetes se desarrolle, explicó el académico universitario.
También existen estudios en animales y los investigadores han determinado que algunos genes específicos favorecen la acumulación de la grasa. Así, han hecho experimentos para inhibirlos.
Al inhibir estos genes, los animales mejoraron su capacidad para aprovechar la glucosa, por lo tanto disminuyó la acumulación de grasa.
En conclusión, es importante la implicación genética que una persona pueda tener para ser obesa o delgada, pero si llega un estímulo, como una mala alimentación y una vida sedentaria, seguramente va a desarrollar sobrepeso y otras enfermedades.
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