Pocos momentos más dolorosos para un líder político, que cuando, en nombre del pragmatismo, se tienen que traicionar los principios. La política sin símbolos es simplemente un juego de malabarismo. Los países, todos, estiman sus emblemas patrios por encima de todo. Al menos desde hace un par de siglos, cuando acabo de formarse el concepto de Estado-Nación, la “soberanía” es considerado un valor supremo.
Para México, una larga historia de tropiezos y atropellos, le dieron a la soberanía una importancia excepcional. Vecinos directos de la mayor potencia militar y económica de nuestro planeta, los mexicanos del siglo XX fuimos educados en torno a una idea defensiva de nuestra identidad nacional.
Por ello, seguramente la primera semana de julio puede ser una terrible experiencia en la vida política del presidente Andrés Manuel López Obrador. En la tarde del miércoles deberá entrar a la Casa Blanca a, personalmente “darle las gracias” al presidente Donald Trump.
Por supuesto que administrar la vecindad entre México y Estados Unidos ha sido siempre un tema en extremo complicado. Todavía hace poco más de 100 años, tropas estadounidenses realizaban operaciones militares en territorio mexicano. También fue un hecho que el viejo y estable sistema político mexicano nació luego de que el presidente Plutarco Elías Calles firmó el penoso “Tratado de Bucareli”.
Y aunque prácticamente todos los líderes de nuestra historia patria manifestaron de alguna u otra manera, generalmente discreta, su admiración por el vecino del norte –de Morelos a Juárez, de Díaz a Alemán, de Echeverría a Salinas–, invariablemente buscaban emular la idea de modernidad del imperio vecino, y con frecuencia lo utilizaban para intentar excusar sus propios fracasos.
Históricamente, Lázaro Cárdenas –emblema mayor de AMLO–, fue probablemente él único presidente mexicano que encontró el momento para confrontar al gigante. En el otro extremo, la posición más pro estadounidense, se la disputarían muchos. Entro otros, el propio Miguel Alemán, Carlos Salinas, Felipe Calderón.
El “nacionalismo revolucionario” fue, sin duda, uno de los pilares ideológicos del sistema priista y, en particular, el segmento de la sociedad que se identificaba con lo que alguna vez se conoció como “las izquierdas”. El primero de todos, el propio López Obrador.
Formado en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM en la década de los 70´s, a López Obrador le tocó abrevar de una visión antiimperialista con fuerte aroma marxista, que admiró siempre la Revolución Cubana y las causas progresistas de los olvidados de la tierra. Y el hecho es que, en mucho para bien, el vigor emocional de las bases activas de la Cuatro-Te, viene de ahí.
Por ello, la tarde del miércoles 9 podría dolerle tanto. Sobre todo, porque su interlocutor es el personaje más radical, estruendoso, racista y anti-mexicano que ha ocupado la presidencia de Estados Unidos en muchos, muchísimos años. Y porque Mr. Trump lo utilizará electoralmente.
Si la decisión de Enrique Peña de abrirle Los Pinos al candidato Trump en 2016 fue condenada por la inmensa mayoría de los mexicanos, el que el primer viaje fuera del país de AMLO sea a Washington, se perfila como una idea, incluso peor. Todo apunta a un perder-perder.
Podría entenderse, dada la fragilidad económica del país, o los niveles de inseguridad, que, durante el proceso de renegociación del tratado de libre comercio, que el gobierno mexicano tuviera que ceder al constante fuego retórico e incluso las amenazas de Mr. Trump. Pero una vez que entra en operación el nuevo acuerdo… una visita de trabajo formal ¿para agradecer?
En el caso de que Trump logré presumirle a su base de extrema derecha la cabeza del presidente que, según él, pagará el muro, mal por México. Y de no funcionarle la maniobra, prestarse al juego del republicano lo dejaría en posición de gran debilidad ante el virtual candidato demócrata, Joe Biden.
Ciertamente, el de México es uno de los pocos mandatarios con altos niveles de aprobación. Y también lo es que, a pesar de lo no hecho por la Cancillería, lleva décadas con buena valoración entre los círculos de activistas mexicanos radicados “del otro lado”, pero parece poco probable que le siga funcionando preguntarles a sus seguidores en un mitin que, a mano alzada, le digan si quieren pelearse con “el señor Trump”.