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Biden y su capital político

Si algo le sobra a Joe Biden es “colmillo político”.  Pocas figuras conocen mejor que él los entretelones y rituales del ejercicio del poder en Washington D.C. Su historia personal acredita  plenamente aquello de que “más sabe el diablo por viejo que por diablo”; aunque en este caso el ángel caído ocupe el pomposo cargo de Presidente de Estados Unidos de América.

Recién estrenado como el mandatario de más edad al llegar a la Casa Blanca—tiene 78—, Biden lleva cuatro décadas conociendo las entrañas del pequeño universo Inside The Beltway, la mayor parte de ese tiempo como legislador. 

Retomando la clásica referencia a la manera en que se hacen las leyes —“como las salchichas”—, él pertenece al selecto grupo de carniceros sí conocen la receta para integrar en un mismo embutido sus tres ingredientes principales: consenso público, alineación de los factores reales de poder y, la salsa mágica, los votos necesarios para lograr su aprobación.

Justo por ello, en el tema migratorio Biden representa la mejor opción para devolverle a su país   su condición modelo mundial en materia de inclusión social, crecimiento económico, respeto a la diversidad y apego a los valores liberales. Sobre todo en en momento histórico en que un organismo microscópico fue parar en seco el proceso de acelerada integración económica mundial de las últimas décadas, Estados Unidos se encuentra ante la enorme oportunidad de reconstruir su liderazgo global, desde “el lado correcto de la historia”.

Han pasado casi 20 años exactos de aquel momento —primer semana de septiembre del 2001— cuando en el South Lawn de la Casa Blanca, a punto de subirse a un helicóptero que lo llevaría a un mitin político en Ohio, el presidente George W. Bush declaró como inminente la reforma migratoria integral, “the Whole Enchilada” que le demandaba su “amigou” Vicente Fox, el presidente mexicano, ahí presente.

Pero como “no eran enchiladas”, una semana después todo se hundió. Lo mismo sucedió en el 2006-2007 cuando cientos de miles de inmigrantes indocumentados tomaron las calles en decenas de ciudades en todo el país, respaldados en los hechos por una amplia mayoría de la opinión pública que entendía muy bien que esos “illegal aliens” no eran marcianos y mucho menos terroristas, sino sus vecinos, sus socios, sus trabajadores  y muchas veces parte de sus propias familias. A pesar de ello, entonces como en el 2012-2013, Washington demostró su condición de pantano, del que algún día nació.

A largo de décadas quedo plenamente demostrada, con amplitud,  la importancia y beneficios de todo tipo que los más de 50 millones de latinos ofrecen al resto de la sociedad —son el segmento más joven de la demografía Americana, quienes más negocios crean, el grupo más grande en las escuelas, y su amor al país es tan grande como el que más.

Por calculo político, desidia o cualquier otra razón, el caso es que durante la administración Obama, cuyo vice presidente fue el propio Biden, tampoco fue posible sacar adelante una reforma migratoria que sí había sido posible un cuarto de siglo antes —1987-1988— durante la administración republicana de Ronald Reagan.

Y llegó Trump. Un demagogo dispuesto a todo para ganarse la simpatía de los segmentos más retrogradas de la sociedad. Estrella de la farándula que no tuvo empacho en destapar la celebre “Caja de Pandora”, del racismo, la intolerancia y una retórica demasiado parecida a la del fascismo italiano y nazismo alemán del siglo anterior.

Haya sido a causa de su enfermedad del Ego, o sus sueños de tirano, The Donald utilizó a esa minoría estruendosa que pretende aislar a su bendito país del resto del mundo, que aspira a “make America white, again”, que adora sobre todas las cosas al becerro dorado del dinero y la fama. Paladín del capitalismo salvaje, aliado de los peores autócratas y populistas, Trump convirtió en el desprecio a las mujeres, el rechazo a las minorías y odio al islam, en sus banderas principales.

Golpeados políticamente, perseguidos por la policía y satanizados de manera reiterada por los 140 caracteres de la poderosa maquinaria ideológica que salía de la propia Casa Blanca, los últimos 4 años fueron una verdadera pesadilla para los Latinos, el segmento social que inevitablemente definirá el futuro de la sociedad estadounidense.

La propuesta migratoria de Biden —que integra las necesidades de los empleadores, que reconoce las agendas de los grandes sindicatos y abre una ruta de 8 años para que puedan obtener formalmente su ciudadanía los poco más de 10 millones de indocumentados (la mitad de ellos de origen latinoamericano)— que han construido su nueva patria en este país, es sin duda un importante paso en la dirección correcta.

Cuidadoso al extremo de su propia salud y de mantener la atención a la pandemia como la prioridad numero uno de su administración, Biden comienza su gobierno con plena conciencia de la importancia del factor tiempo: tanto por razones personales —su propia edad—, como por su compromiso público de sacar adelante la reforma migratoria dentro de los primeros 100 días de su administración.

Por ello, el proceso legislativo que viene es crucial. En un país todavía con profundas grietas de división y polarización social, al tiempo de que se investiga el gran complot golpista contra el Capitolio del pasado 6 de enero, el presidente Biden y su equipo deberán saber ganarse el voto de los 6 o 7 senadores que aún necesita para sacar adelante su propuesta de ley. 

Sin negar la importancia de las artes ocultas del proceso legislativo en la preparación de esos embutidos que, de convertirse en reglas oficiales, definen el comportamiento de los diversos actores económicos, sociales y políticos, tampoco se puede soslayar la otra escuela de pensamiento, las de la realpolitik que reduce todo el juego del poder a un asunto de costos y beneficios.  En esta línea, pocas veces sería más valido aquel viejo dicho de que “en política todo lo que se puede arreglar con dinero es barato”.

En cualquier caso, el reloj de la Casa Blanca —el único en el Distrito de Columbia que gira sus manecillas en sentido contrario a los demás—, marca esta primavera como el momento clave para, finalmente, definir el marco legal de millones de seres humanos que, en palabras del propio Biden, “ustedes ya son Americanos”.

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