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¿Demasiado viejo para gobernar?

César Romero

Antes de comenzar, una confesión: cada año que pasa me hacen menos gracia los chistes sobre los ancianos y sus múltiples debilidades.

Ahora sí, consideremos que una crítica central ante la posible reelección de Joe Biden como Presidente de Estados Unidos es que llegaría a los 82 años. De resultar ganador ante un contrincante que en junio cumple 78, Biden será el hombre más viejo en ocupar la Casa Blanca.

El hecho mismo de que la edad de los candidatos sea considerada como un asunto mayor revela la enorme capacidad del señor Trump para marcar la agenda mediática de su país.

Aunque en realidad el tema de la gerontocracia ha sido una constante a lo largo de la historia, sobre todo en periodos de cierta estabilidad. Eso sin considerar que en la última década en los 10 países más poblados del mundo el número de líderes de 70 o más ha pasado, de uno, a ocho.

Probablemente el dato más relevante sobre este tema sea el considerar que la expectativa de vida promedio en Estados Unidos es hoy de 79 años y tres meses, mientras que un siglo antes era de 58 y seis meses. En otras palabras, no es lo mismo ser viejo en un país de viejos, que serlo en un país de jóvenes.

Estados Unidos tiene casi 60 millones de personas que están en la franja de 65 años o más y representan el 17.3 por ciento de la población. De ellos, casi el 80 por ciento están registrados para votar y, de hecho, son el segmento con más alto índice de participación electoral. Para decirlo de otra manera, en una elección en la que se esperan entre 120 y 150 millones de votos, los adultos mayores serán la principal fuerza electoral.

Para la abrumadora mayoría de la población mundial, Estados Unidos ilustra los grandes logros y fracasos de, sobre todo, de una gran generación: la de los Baby Boomers, aquellas personas nacidas entre 1945 y 1963. A partir de este 2024, todas y todos serán mayores de 60 años.

Es en ese contexto en que Biden vs. Trump 2.0 se perfila como la batalla que podrá definir el rol de ese país hacia la primera mitad del Siglo XXI.

Reducida –por maldad o estupidez– a una especie de trivia sobre los niveles hormonales y/o el manejo de sus emociones y recuerdos personales de ambos personajes, la contienda electoral sí es de contraste extremo en buena cantidad de issues como el aborto, la inmigración, Putin…  Y quizá la diferencia principal sea la transición hacia una “economía sustentable” que lleve a la “era de los hidrocarburos” a su extinción.

Malo por conocido o peor por (re)conocer, el dilema de este 5 de noviembre bien puede ser –dice Biden–, la última defensa de una democracia (bastante imperfecta, por cierto) ante la ambición imperial de las oligarquías, o –según Trump–, “la única vía para evitar una Tercera Guerra Mundial” (…hablando de momentos de senilidad).

Lo sabremos hasta bien avanzada la noche de ese primer martes de noviembre. Eso, claro, “si dios nos presta vida”.

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