La Organización de las Naciones Unidas pretende ser el cuerpo colegiado de mayor relevancia a nivel mundial. Es la suma de la diplomacia y las mejores intenciones de casi 200 gobiernos del mundo. Desde su creación, en 1945, ha sido escenario de grandes momentos históricos. Burocracia gigante, su vida interna está dominada por el protocolo y las buenas maneras a niveles extremos. Creada por los ganadores de la Segunda Guerra Mundial, en los hechos la ONU ha tenido siempre en Estados Unidos su principal patrocinador e influencia dominante en correspondencia a su peso económico y militar en el planeta. Pensada como la mejor opción para evitar la guerra, en la ONU las formas suelen ir muy por encima del fondo de los temas.
Justo por ello, la reacción espontánea de los jefes de gobierno de más de 150 países presentes en la última Asamblea General ante el mensaje auto laudatorio del presidente de Estados Unidos fue francamente inaudita: una carcajada generalizada.
“No se reían de mí, se reían conmigo”, aseguró el presidente Trump en un intentó de control de dañosde este genio del espectáculo y el manejo de medios que, sin embargo, no podrá borrar del registro histórico del momento en que –¿profecía autocumplida? –, el presidente de Estados Unidos se convirtió en un personaje de carcajada mundial.
