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Estado Fallido

César Romero

Pocas ideas más ingenuas que la de suponer que un país no puede irse a la banca rota. Tener el control sobre la maquinita de hacer dinero no es garantía alguna contra el fracaso, económico o político. Tampoco lo es la capacidad de adueñarse de la identidad nacional o los símbolos patrios. De hecho, en los últimos 88 años –el periodo con menos guerras en la historia moderna–, decenas de países nuevos han sido constituidos desde las cenizas de viejos regímenes, colapsados o fracturados.

Para México, el tema no es novedad. Apenas hace un par de sexenios la narrativa dominante en los grandes medios pregonaba el colapso a partir del control del narcotráfico sobre casi todas las instituciones. Y a manera de “evidencia” bastaba un “paneo” de cámara que iba de la arena blanca de Cancún y chicas en bikini, que daba entrada a un conjunto de cadáveres mal enterrados en la arena del desierto al norte del país. Éramos, decían, un “narco-Estado”.

Entre otras cosas porque pregonar la inminente llegada del apocalipsis es intelectualmente barato y taquillero, el catastrofismo es una de las grandes modas de la actualidad. Más allá de las obvias semejanzas –aterradoras—con las fórmulas políticas del populismo europeo de hace un siglo, algunos de los liderazgos de hoy se han construido a partir de avivar las hogueras de la intolerancia, el odio y el resentimiento social.

Nunca más cierto aquello de que “la democracia es ruidosa” y, por ende, debemos afinar nuestros oídos para reconocer virtudes en la polarización política, sobre todo en la que dice combatir los grandes vicios del viejo sistema: la grosera inequidad económica y la corrupción. Sin embargo, muy mal haríamos en ignorar las lecciones históricas sobre las rebeliones de los puros, la furia de los fanáticos y los excesos desde el poder.

Disparar a bocajarro contra un periodista para luego pretender culparlo por su privilegio de manejar un vehículo blindado mientras otras decenas más han muerto ante la absoluta impunidad de sus asesinos no está bien. Condenar a quién denuncia un plagio académico de hace décadas de quien quería encabezar el máximo órgano de justicia de la nación, tampoco.

Por un momento permítaseme suponer que ambos bandos tienen razón: Que antes, en el viejo régimen neoliberal, los medios eran parte de la maquinaria corrupta al servicio del establishment y que los políticos y los criminales eran más o menos lo mismo. Y que ahora, una nueva elite, aliada con las mafias de siempre, busca controlarlo todo y perpetrarse en el poder. Aunque sinceramente no creo que sea tan sencillo. Ninguna de las dos retóricas me convence.

En lo personal no creo que estemos realmente al borde del abismo. A pesar de tantas chachalacas, y desde tantas tribunas, me parece que México sobrevivirá. Si pudimos con 70 años del PRI, qué son, serán, 9 años de la 4T. (Sí, nueve: no veo alternativa).

En lo estratégico, las oportunidades y ventajas de nuestro país son más o menos evidentes. Aunque me parece claro que estos no son tiempos de estrategia, sino de feroces batallas por lo inmediato. Y es justo en este contexto –de lucha por candidaturas, por los cargos, por los negocios–, que muchas cosas pueden salir mal, muy mal.

A tono con estas fechas, espero, deseo, que el presidente cumpla su palabra y en 2024 se refugie en su celebre rancho, allá en el sureste por el que tanto ha apostado. Espero, deseo, que las instituciones resistan y no regresemos a las democracias simuladas. Y, sobre todo, espero y deseo que, juntos sigamos construyendo una nación de ciudadanos

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