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Latinos, el reto es la participación

Por Oscar Luna

Para los electores Hispanos, la elección presidencial de este noviembre es muy sencilla: Hillary Clinton es la única opción.

Apoyar a Donald J. Trump, un personaje que reiteradamente los insulta, que promete deportar a sus padres y que ha hecho de su muro imaginario la nueva gran bandera del racismo Americano simplemente sería una tontería.

Por ello, cerca de 8 de cada 10 posibles votantes latinos aseguran que votarán por la candidata del Partido Demócrata. ¿Qué no les parece confiable? ¿Qué ella también ha sostenido posiciones políticas adversas a México y al libre comercio? ¿Qué las raíces culturales machistas de muchos hispanos les complican acepar el liderazgo femenino? Todo ello puede ser verdad, sin embargo, ante la opción que el señor Trump representa, para la gran mayoría de los Latinos Hillary representa la mejor posibilidad de avanzar en la indispensable reforma migratoria que Estados Unidos ha pospuesto desde comienzos de este siglo.

El hecho de que un pequeño porcentaje de hispanos considere votar por el abanderado republicano es, por supuesto, un síntoma de los niveles de frustración, enojo y pobre educación política de ésta comunidad; son uno de cada 5. Y aunque no debería servir como consuelo, en algunos otros grupos de la sociedad dicha enfermedad es aún mayor; por ejemplo, entre los hombres blancos de arriba de 50 años de edad que profesan alguna religión evangélica, el apoyo al conductor de televisión es cercano al 80 por ciento.

De cualquier modo, el punto es que junto con otros segmentos del electorado –como las mujeres, los inmigrantes, la gente con estudios universitarios, los afroamericanos, quienes se definen como progresistas o liberales, entre otros–, la gran mayoría de los Latinos que voten lo harán por Hillary.

El tema aquí es cuántos y dónde.

Salvo en la elección presidencial pasada en que hubo un gran consenso respecto a la creciente importancia del voto Latino en la definición de las coaliciones electorales para llegar a la Casa Blanca, la tradición entre los círculos de influencia ha sido lamentar el reducido número de Hispanos que acuden a las urnas en este país.

“Son 55 millones –dicen–, y solamente votan 9 o 10 millones”.

Además de no ver lo obvio –los cerca de 7 millones de Latinos que no cuentan con un status migratorio regular–, una enorme falla en los análisis sobre la supuesta “apatía política” entre los Latinos ha sido no considerar su principal ventaja en términos demográficos: su juventud.

En camino a convertirse (en pocas décadas más) un tercio del total de la población del país, los Latinos nacidos aquí tienen una edad promedio cercana a los 20 años de edad. Esto es, tradicionalmente no votaban porque simplemente no tenían edad para votar.

Confundidos quizá por su enorme presencia en el mercado laboral –dos de cada tres hispanos trabaja–, con frecuencia los “expertos” buscaban elaboradas explicaciones basadas en las culturas no democráticas de los países de los cuales llegaron los padres y abuelos de este segmento de la población.

En este momento histórico de la elección presidencial del 2016, un número muy importante de Latinos –cerca de 27 millones de personas– podrán votar. Esto es, representando un 13 por ciento de la población, representarán un 12 por ciento de los posibles electores.

Hasta aquí el tema parece sencillo. Para muchos de ellos, está elección es de un interés personal directo. Pocas veces en la historia la disyuntiva electoral ha sido más clara. Hillary, una opción de status quo, imperfecta e incluso difusa, contra una propuesta de cambio visceral, estruendosa y peligrosamente cercana al fascismo europeo del siglo pasado.

Sin embargo, frente a este escenario hay un hecho tan contundente como una roca: en la gran mayoría de las democracias modernas del mundo, cerca de la mitad de población simplemente no vota.

Es en este contexto en el que el fenómeno mediático y catártico que representa la candidatura del empresario nacido en Queens y con raíces alemanas es más relevante. En un escenario racional normal, Donald Trump no podría haber ganado la candidatura del Partido de Abraham Lincoln a la presidencia de Estados Unidos. Y aquí está. Showman consumado, el hombre de la exótica cabellera logó movilizar al ala más primitiva del G.O.P. y a fuerza de estruendosos soundbites consiguió borrar de escenario a sus contrincantes y arrasar en la contienda interna.

Luego de los muy pobres resultados de la familia Trump en la Convención Republicana, el inicio de la campaña ha colocado a la candidata del Partido Demócrata con una ventaja mayor a cinco puntos –un abismo en las contiendas típicas de Estados Unidos–, sin embargo nadie en su sano juicio podría garantizar el resultado en las urnas.

Vale recordar que en este país hace muy poco, en el 2000, las elecciones se definieron por un puñado de votos a favor del candidato con menos sufragios en el conteo del voto popular.

Es en este contexto donde el voto de los Latinos puede ser fundamental. Según la mayoría de los expertos, en un escenario normal –de nuevo, un referente imaginario en este proceso–, alrededor de 12 millones votarían en las elecciones de este año.

Si bien, en un país en el que más de la mitad de la población Hispana se concentra en un puñado de estados — entre ellos, California y Nueva York– y el sistema electoral opera bajo el principio del voto indirecto, es probable que en entidades con mayor concentración demográfica el peso real del voto hispano no sea tan importante.

Serán entidades como Ohio, Pennsylvania, Carolina del Norte, Nevada, Arizona, Texas y Florida, donde se puede definir el resultado definitivo de la elección.

En la mayoría de los casos se trata de entidades donde los latinos siguen siendo una minoría bastante marginada y su base de organización comunitaria relativamente frágil, probablemente con la excepción de Florida, el principal bastión tradicional de los Latinos republicanos.

Superar la inercia natural de crecimiento del músculo político Latino requiere un esfuerzo mayor. Y aquí es donde las cosas se comienzan a complicar.

A pesar de que la propia Hillary Clinton ha declarado que no tomará el apoyo de los electores Latinos “for granted”, el hecho es que históricamente así ha sido. Aprovechando las voces extremas del bando republicano, tradicionalmente el liderazgo demócrata se ha limitado a ser la menos mala de las opciones.

No ha sido por casualidad, después de todo, que la última reforma migratoria ocurrió bajo una presidencia Republicana, la de Ronald Reagan. Tampoco que George W. Bush haya sido un mandatario que logró un 40 por ciento del apoyo Hispano, en gran parte debido a sus esfuerzos (fracasados) a favor de la reforma migratoria que ofreció a su “amigo” el presidente de México.

No es casualidad que, con una base demográfica mayor que los afroamericanos, la presencia de los hispanos en el Congreso sea significativamente menor que los legisladores que conforman el African American Caucus en la Cámara de Representantes. Tampoco lo es que, a pesar de sus posiciones anti inmigrantes, haya habido dos aspirantes presidenciales de origen Hispano (los senadores Ted Cruz y Marco Rubio).

Si bien podría considerarse como un tema de élites, el hecho es que el Partido Demócrata no posee un record propio demasiado impresionante para poder motivar al electorado Hispano.

El programa de los Dreamers, el único logro de la Administración Obama en favor de la agenda pro inmigrantes, puede ser fácilmente contrastado con el rol del mismo Presidente Obama como “el Deportador en jefe” por su decisión de deportar a más de 2 millones de inmigrantes, más que ningún otro mandatario en a historia.

Y si además de ello, se incorpora todo el ruido que se genera durante la campaña contra Hillary Clinton, se antoja poco más que muy complicado lograr que los Latinos salgan a las urnas en una proporción equivalente a la de otros segmentos de las demografía electoral (como los judíos o blancos mayores de 60 años).

Más allá de todo lo que debe hacer Hillary y su equipo de voceros –empezando por su marido, el ex presidente vivo más querido en este país, el propio Obama y, quizá con todo y su gesto de fastidio, el propio Bernie Sanders–, el reto principal que enfrentan los “influenciadores” Hispanos es apelar al eje mismo de las comunidades Latinas: la fortaleza de sus familias.

Siendo los Hispanos el segmento de la sociedad Americana con estructuras familiares más sólidas (a pesar del fenómeno migratorio que en sí mismo las vulnera), son las mujeres Latinas –desde las abuelas que viven en la casa de sus hijos, las madres que trabajan y las jóvenes que brillan más que los varones en casi todos los niveles escolares–, quienes tienen las mejores posibilidades de jalar a las urnas a un número record de votantes Latinos.

Después de todos, los desplantes, insultos y promesas de odio y deportaciones del empresario de concursos de belleza, han sido demasiado claros como para confundir a este segmento de la sociedad. Con los argumentos en casa, el resto del desafío es solo cuestión de logística.

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