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Medio Siglo

“Tiempo interesante” casi por definición, 2020 es un momento perfecto para mirar 50 años hacia atrás e imaginar lo que vendrá 50 años adelante.

“Tiempo interesante” casi por definición, 2020 es un momento perfecto para mirar 50 años hacia atrás e imaginar lo que vendrá 50 años adelante. Además de reconocen el ejercicio de la memoria como un acto creativo, esta especie de pausa forzada nos permite visualizar algunas poderosas corrientes que definirán el rumbo de un nuevo mundo que, muy probablemente, ya no podre ver.

1970, punto de partida

La televisión que teníamos en casa era de bulbos y transmitía en blanco y negro. A través de ella pude ser testigo, algunos meses antes, de la llegada del primer ser humano a la Luna. La población mundial de entonces era menor a la mitad de la actual.

La Ciudad de México, mi ciudad desde 1963, era aún “la región más transparente”. Capital de un país con profundas raíces centralistas, el D.F. comenzaba a vivir una explosión demográfica de tal magnitud que, por un tiempo, la convirtió en una de las urbes más pobladas del planeta. En apenas un par de décadas, el valle se desbordó con un desordenado enjambre de casas de autoconstrucción, generalmente sin acceso a los servicios básicos. El metro, los ejes viales son quizás las cicatrices más claras de aquel momento.

Perteneciente, según Carlos Monsivaís, a esa “primera generación de estadounidenses nacidos en México”, crecí jugando tochito en la calle. Como parte de una naciente clase media al sur de la ciudad, nuestros equipos favoritos eran Los Acereros, Pieles Rojas y, entre los más perdidos, los Vaqueros.

La oferta de consumo cultural de la época se conformaba de tres grandes opciones: el México popular de Siempre en Domingo y El Chavo del Ocho; la segunda sumaba la narrativa ideológica de educación pública con las viejas películas del canal 4, ya se campiranas y cantadas, o de barrio y lagrimeo. La tercera era “la modernidad” que se asomaba en las caricaturas y series del canal 5. Yo me quede con Don Gato y Ultraman.

Aunque en política y economía la retórica nacionalista dominaba la vida pública, tanto en la literatura, el cine, la música y la llamada cultura de masas, todo apuntaba ya hacia la globalización: desde el rock y la rebelión juvenil de los años previos, al exabrupto de la música disco, Michael Jackson y su inmortal video Thriller, hasta las grandes peleas en PPV de Mohamed Ali que los mexicanos de la época pudimos ver en tele abierta gracias a la piratería de la televisión privada.

En México, como en buena parte del mundo, “modernidad” y “americanización” parecían ser términos intercambiables. “Dictadura perfecta” al fin, el amorcillamiento entre élites económicas y políticas fue el caldo de cultivo ideal para el explosivo aumento de la desigualdad económica y una especie de resignación –sobre todo entre mi generación— quienes nos creímos aquello de que el PRI sería eterno.

México, como dijera uno de sus presidentes neoliberales, es más grande que su territorio. Por ende, la mexicanización de buena parte de la vida estadounidense ha sido también uno de los grandes sucesos del último medio siglo que pude vivir. Es una realidad muy concreta para una de cada 5 personas con raíces mexicanas. El México del norte lo conforman 35 millones las personas cuyo trabajo constituye la principal fuente de ingresos desde el exterior para el México del sur.

El hecho es que, en los 50 años anteriores sí ocurrieron cambios importantes: la expectativa de vida aumentó en casi 15 años, el nivel de escolaridad promedio creció un 50 por ciento. México dejó de ser mayoritariamente rural y las grandes ciudades se convirtieron en zonas de desastre ambiental, verdaderos campos de batalla criminal y, al mismo tiempo, fuentes de prosperidad y hacinamiento extremo.

2020, el año que vivimos en peligro

Por ahora, solo dos puntos:

El tamaño de nuestra fragilidad.  Para quienes padecemos el mal crónico del optimismo, la pandemia nos llevó a un aterrizaje más o menos brutal con la realidad: quien nos puso en nuestro lugar fue un organismo que ni siquiera sabemos si es un ser vivo o no. Pequeñísimo, está tumbando a Donald Trump y este mismo año terminará matando a más de un millón de personas e infectando a cerca de 50 millones más.

La importancia del conocimiento. Por muy devastador que pueda resultar el tsunami de la COVID-19, sigue pareciendo impensable que logre superar el impacto letal de un virus muy similar de un siglo atrás, el cual fue varias decenas de veces mayor. La sana distancia, el cubrebocas y acceso a agua potable marcan una enorme diferencia. A pesar de “los crazies” de siempre y sus teorías, esta vez hay una clara conciencia de que como humanidad estamos juntos en esta pandemia y de que serán la ciencia y la tecnología las principales herramientas para construir la nueva realidad.

2070, Utopía & Apocalipsis

Instalado en la actual encrucijada histórica parece claro que el 2020 cambia realmente poco, pero acelera mucho. El motor principal que mueve las economías seguirá siendo la voracidad por las ganancias. La depredación de la naturaleza se detendrá de manera efectiva hasta que llegue el momento en que la economía verde sea mejor negocio que los negocios generados en la era del carbón.

Con la llegada de las vacunas, el calentamiento global retomará su ritmo y sus innegables consecuencias serán terribles. Y lo peor: seguramente nos vamos a acostumbrar.

Nada, o casi nada, permiten pensar en una disminución de la creciente brecha entre los más ricos –ese legendario 1% que lo tienen todo–, y el resto de los cerca de 10 mil millones de personas que habitarán nuestro mundo para entonces. Es probable que más pronto que tarde terminaremos por entender que, mayor educación y desarrollo son la mejor formula para detener el crecimiento demográfico ad nauseam.

Para el 2070 los primeros, los onepercenters, tendrán asegurada una expectativa de vida superior al siglo de vida. Los avances en medicina genética y otras áreas de las ciencias de la salud les permitirán disfrutar beneficios casi inimaginables para la gran mayoría. La plena integración entre biología y tecnología provocará la capacidad para eliminar enfermedades y potenciar capacidades a niveles hoy impensables.

Si bien, quiero pensar que, como ocurrió en los mejores momentos de los siglos anteriores, una buena parte de los principales avances alcanzarán también a grandes segmentos de la población mundial.

Fenómeno históricamente agotado desde antes de la pandemia del 20-20, la organización del trabajo, al menos en el sector de servicios de la economía, será sustituido por un modelo hibrido, poderosamente respaldado por la revolución de la industria de las comunicaciones y la información.

Construida a partir del modelo de las grandes fabricas de dos siglos atrás  –con filas de apariencia infinita de escritorios productores de sellos al estilo de Brazil (la película)–, la administración y control de las grandes burocracias se realizará a través de apps que ya tienen la capacidad de diseccionar la meta-data social a niveles intrusivos tales que superará sin problema el alcance de los peores temores de Orwell y su Big Brother.

Como adelantó hace algunos años el propio Steve Case, la economía digital comenzará dominando campos como el de la educación, las finanzas y la salud. Los nuevos mapas nos dividirán, más que por geografía y banderas, por mercados y números de cuenta bancario. La dimensión online terminará por transformar las rutinas de casi todos.

A pesar del actual retorno de los nacionalismos, fundamentalismos y la ira y el miedo como motores de las relaciones sociales, en algunos años, la gran mayoría de las sociedades terminarán por reconocer la riqueza del respeto de la diversidad, la tolerancia y la empatía. Incluso los índices de criminalidad y violencia terminaran por descender.

En el mundo del siglo siguiente, las relaciones personales serán más abiertas y el fervor religioso, menos intenso. La segmentación extrema de los roles sociales favorecerá una mayor tolerancia hacia las libertades individuales. Aunque la vertiginosa concentración de recursos en un puñado de grandes conglomerados mediáticos tendrá una influencia formidable en la formación de una especie de gran escenario universal desde el cual se va a entretener, educar e, incluso, construir los sueños de enormes audiencias.

La economía seguirá siendo fundamentalmente global, aunque al menos durante las primeras dos décadas, probablemente se mantendrá la división en la disputa por el poder entre dos grandes zonas de influencia: la primera controlada por los dueños del capital de las grandes empresas transnacionales Made in the U.S.A., y la segunda por los socios mayoritarios del capitalismo de estado Made in China.

De que llegaremos a marte, no tengo duda. La robotización de la producción es ya una clara tendencia en las sociedades más desarrolladas. Para el 2070 la era de los hidrocarburos se irá apagando. Quiero pensar que, como quiere la ONU, el hambre y las enfermedades relacionadas con la miseria extrema serán reducidas a un nivel menor al 5 por ciento de la población mundial.

Si desde ahora las computadoras ya están aprendiendo a a leer, a hablar y a ver, parece más o menos obvio que la inteligencia artificial tendrá un rol central en la construcción del medio siglo que viene. Hacia el final de esta misma década, los celulares serán remplazados por dispositivos bastante más integrados a nuestro cuerpo, especialmente a la parte sensorial de la mente.

¿Autos que vuelen? Es cuestión de construir drones más grandes. ¿Vehículos que se manejen solos?, en cuanto el Internet de las cosas termine de aterrizar, sin duda. ¿Maquinas que puedan leer nuestros sueños y pensamientos? Por supuesto. ¿Más tecnología? Basta con asomarse a la cotización de las empresas top de los mercados financieros. ¿Clonación? Ya tenemos CRISP.

En lo personal no tengo duda de que nuestras conexiones con el universo digital seguirán creciendo. En los 50 años que vienen el mundo seguirá haciéndose cada día más pequeño. Las maquinas y la gente seguirán generando riqueza y se seguirá peleando –incluso matando–, por poseerla y/o controlarla. Y aunque la palabra (escrita) seguirá siendo la pieza angular del pensamiento, en la industria de las ideas, la fuerza del video seguirá reinando por bastante tiempo, aunque luego las “experiencias sensoriales completas” (o como les llamen a los próximos dispositivos) serán una herramienta principal para expresar y experimentar emociones humanas. Llegará el día en que las fronteras de la realidad (virtual) serán únicamente los límites de la imaginación.

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