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Migración, un turbio arreglo

Por décadas, el acuerdo no firmado entre Estados Unidos en materia migratoria reflejaba la principal virtud de casi cualquier gobierno: la inacción.  A pesar de la retórica de sus políticos, la fuerza de la economía más grande del mundo y las propias leyes del mercado facilitaban un escenario en el que la mano de obra mexicana tenía puertas abiertas en diversos sectores de la agricultura y la industria.  Del lado mexicano, también por encima de la norma, la corrupción de diversas autoridades cobijaba los enormes negocios que, tanto en la frontera sur como la frontera norte del país, florecían al amparo del miedo y las ilusiones de millones personas humildes y necesitadas.

Pero con Donald Trump en la Casa Blanca y Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional, la historia podría cambiar.

Desde barricadas ideológicas supuestamente contrarias, pero cercanos por el pragmatismo de los populistas, ambos presidentes impulsan una estrategia relativamente simple: generar suficiente crecimiento económico en Centroamérica y el sureste mexicano para que el éxodo desesperado de quienes salen de sus países huyendo de la miseria y la violencia no tengan necesidad de lanzarse en caravanas de miles de kilómetros para intentar alcanzar lo que la propaganda del Sueño Americanopromete. Los números alegres del nuevo gobierno mexicano hablan de 30 mil millones de dólares de inversión productiva en los próximos 5 años.

Desde el norte y con la mirada fija en las elecciones del primer martes de noviembre del 2020, Trump llega al extremo de paralizar el gobierno federal de su país en un poco disimulado intento de chantajear al congreso de su país para que le entregue los miles de millones de dólares que quiere para la construcción de su “grandioso muro” a lo largo de los 3 mil kilómetros de frontera que dividen su país del resto del continente.

Que la causa principal de la diáspora centroamericana sea la violencia y descomposición social de sus países y que tiene más de una década de reducción del número de mexicanos indocumentados en Estados Unidos no parece preocupar demasiado a ninguno de los dos presidentes.

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