Después del atracón de la cena de Acción de Gracias, las compras desenfrenadas del Black Friday y el viacrucis del viaje de vuelta a casa, comienza, más o menos oficialmente, la temporada navideña y la época invernal. Y probablemente, el último año de la aventura trumpista.
A once meses y pocos días de la elección presidencial de 2020, Estados Unidos sigue sumido en una profunda crisis social y política que se profundizó desde hace tres años cuando, para sorpresa universal, un personaje con cero experiencias políticas profesional logró arrebatarle la Casa Blanca a quien parecía destinada a convertirse en la primera presidenta en la historia del país.
Hay que reconocerlo: sin haber cumplido sus promesas de deportar a 11 millones de “bad hombres” que él considera violadores y delincuentes, sin haber construido más que unas pocas millas de su “gran muro” de 2,000 millas a lo largo de toda la frontera con México, sin haber prohibido la entrada a cualquier persona que profese la religión islámica, Donald Trump ha logrado mantener el apoyo de la extrema derecha, en especial los segmentos más racistas de la sociedad estadounidense.
Capaz de leer las señales de desencanto, amargura y enojo de amplios grupos sociales afectados por el colapso económico mundial de una década antes, Donald Trump supo convertirse en la cabeza de una enorme maquinaria propagandística que –como en la Alemania post primera Guerra Mundial–, culpa a los migrantes de todos males, promueve el aislacionismo económico y usa el nacionalismo radical como una especie de fórmula mágica que proclama la recuperación de una versión idealizada de una grandeza pasada.
Con Trump en primera línea parecen haber vuelto los tiempos de los liderazgos autoritarios, populistas y supuestamente carismáticos. Llámese Gran Bretaña, Brasil, Polonia, Rusia o México, el ascenso al poder de personajes que han logrado utilizar la Social Media y las propias fallas estructurales de las instituciones democráticas para manipular, mentir y distorsionar la realidad a su favor, parece ser lo de hoy.
Con independencia de quién será su contrincante en las urnas –las primarias demócratas se definirán pronto–, la elección que viene será un gran referéndum. Trump sí o Trump no, es claramente el centro del dilema que terminará de definir el destino de la sociedad estadounidense y el rol de este país en el contexto global, al menos por las siguientes décadas.
Por supuesto que hay muchas maneras de definir la narrativa central que enmarca el proceso electoral del 2020. Como ocurrió en buena parte de Europa con el cambio de siglo, la demografía de Estados Unidos lo pinta como un país de viejos, electoralmente un país en el que los hombres blancos de clase media están a punto de dejar de ser la mayoría. El hecho de que durante el gobierno de Trump los mercados financieros han reportado aún notables ganancias es quizás su principal ventaja frente a una base social que confronta los desafíos naturales que llegan con el tercer tercio de la vida.
Para quienes viven en función a su seguridad económica, intentando mantener su rol de autoridad máxima en su entorno inmediato y responden a los valores de moda en la mitad del siglo pasado, puede resultar atractivo un líder ególatra cercano a los 80 años que intenta promoverse con una imagen de su rostro con cabellera pintada y el cuerpo de Sylvester Stallone de hace 50 años.
En sentido contrario, el continuo empoderamiento de los temas de equidad de género, particularmente la atención mundial que alcanzó el movimiento #MeToo, el amplio rechazó social a la decisión de Trump de enjaular a niños migrantes, los constantes ataques de su gobierno a casi todas las minorías y el propio proceso de impeachment que lo descubre como un personaje mentiroso y capaz de aliarse con países extranjeros para su beneficio personal, son algunos de los principales desafíos a la posible reelección de Mr. Trump.
Aunque según las encuestas actuales Trump perdería las elecciones ante cualquiera de sus posibles oponentes, el hecho de que siga siendo el mandatario más impopular desde Richard Nixon no garantiza nada. Ya en 2016 este peculiar personaje formado en la farándula y la cúpula de los negocios turbios pudo construir una formula que, utilizando las mentiras más burdas y aprovechando la capacidad de distorsión y herramientas de marketing geolocalizado de las redes sociales, le dio menos votos que su contrincante, pero el triunfo formal de cualquier modo.