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Rumbo al 2030, dos preguntas

César Romero

Escribo en el comienzo del tercer tercio del verano caliente de 2024. Desde una ciudad sin agua pero que se inunda. Con un ojo al gato cotidiano, pero con mucho mayor interés en el garabato que nos espera a la vuelta de la esquina. Desde una realidad con más incógnitas que certezas. Comparto dos, con mis respectivas hipótesis.

¿Qué país nos dejará la presidencia de Sheinbaum? Perteneciendo a la misma generación y educados a un centenar de metros de distancia –en la UNAM, la distancia entre la FCPyS a Ciencias–, me atrevo a suponer que comparto con la nueva presidenta el sueño de un país más justo, más democrático, más moderno y, digámoslo así, más civilizado.

Militante de toda la vida (ella), seguramente la Presidenta Claudia no comparta mi profunda desconfianza hacia las estructuras verticales de poder y su natural evolución hacia el autoritarismo y la corrupción. Por ello, supongo que al final de su sexenio refrendará aquello de “es un honor estar con Obrador”.

Dado el pragmatismo obligado de su formación científica, infiero que sabrá mantener la alianza con los grandes poderes fácticos: los megas ricos, los carteles y Estados Unidos. Incluso, a pesar de su educación, con los militares y el clero.

Así, dentro de seis años, la vieja clase política –Gamboas, Beltrones, Calderones– habrá sido reemplazada por una nueva élite, con su respectiva corte de empresarios, camarillas y porristas.

Para el 2030 habrá, seguramente, una consolidación de las clientelas del Bienestar, una clase media muy politizada y más o menos los mismos desafíos en materia de salud, seguridad y medio ambiente. (Estoy convencido de que los problemas estructurales, de siglos, no se resuelven con fórmulas sexenales).

¿Qué viene después de la Pax Americana? Por diversas razones –entre ellas porque pase ahí buena parte de mi vida adulta–, me resulta bastante claro que, más o menos desde principios de este siglo Estados Unidos enfrenta el enorme reto de transitar de su era imperial hacia un nuevo tipo nación que, está aún por resolverse.

En ese contexto, Donald Trump es una especie de caricatura de una narrativa sobre una  grandeza pasada que en pocos años solamente podrá sostenerse desde su irremediable superioridad militar. Así las cosas,  gane o pierda la elección presidencial de noviembre próximo, Kamala Harris representa el mejor futuro posible para su país y los demás. Me explico: a pesar de ser el más trillado de los lugares comunes, sí creo estos comicios definirán el rumbo de ese país.

Las consecuencias del regreso de Trump a la Casa Blanca seguramente acelerarán el proceso de vuelta de los nacionalismos extremos, el aislamiento económico con que buena parte de los países viven este momento histórico tan parecido a la tercera década del siglo pasado.

Por su condición personal –mujer, no haber parido hijos,  su color de piel y venir de una familia inmigrante–, un triunfo de Harris, aunque muy bien recibido en el resto del mundo, muy probablemente enfrentará una feroz resistencia desde amplios segmentos y grupos sociales de su propio país, incluso quizás mayor que la que provocó la  histórica victoria de Barak Hussein Obama en 2008.  Se trata, pues, de una especie de gran batalla cultural tan relevante como lo fue la guerra civil de hace 160 años.

Con la misma esperanza de cada inicio de ciclo de vida, pero con el peso de la sabiduría de saber que en el camino de la historia humana difícilmente existen los atajos verdaderos, me permito esperar lo siguiente:

Ganará Harris y Estados Unidos entrará en un torbellino interno de pronóstico reservado. De cualquier modo, la relación Estados Unidos-México será tan complicada como la de 1846 o 1914.

Pero al final de cuentas, mi optimismo endémico me dice que debido al peso de las raíces culturales del U.S. Latino, el enorme valor del tema migratorio, los retos que plantea el crimen organizado internacional y, sobre todo, las ventajas de la integración económica regional, hacia finales de esta misma década  se terminará de consolidar una gran alianza estratégica norteamericana. La cual podrá funcional como un contrapeso al tsunami chino que –no tengo la menor duda–, terminará por definir el resto del siglo XXI.

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